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Xuan Xosé Sánchez Vicente

Una medio verdad mal contada

La llamada "brecha salarial" entre hombres y mujeres

Un par de veces, al menos, al año, los medios se ven ocupados por titulares como estos: "Las asturianas deben trabajar 101 días más al año para igualar el sueldo de un hombre", "el informe explica que las mujeres deben trabajar 88 días más que los hombres para cobrar el mismo salario". ¿Qué es lo que entiende cualquier lector en una primera impresión? Pues que cualquier mujer, en cualquier trabajo o categoría, cobra menos, con esas diferencias, que un varón que realice idéntico trabajo en la misma empresa. ¿Es ello así? Pues permítanme que lo ponga en duda. Supongo que no habrá ningún caso de esos, esto es, que no hay un convenio distinto para mujeres y varones y que de haberlo, o de no cumplirse el existente para ambos sexos, no tardarían en acudir a los tribunales, ya los interesados, ya los sindicatos o, acaso, los fiscales.

Pero cuando uno pasa a leer la letra menuda de las informaciones, comienza a ver que esos titulares (que no son cosa del periodista, la mayoría de las veces, sino citas literales de los informantes) no corresponden al contenido de la información. De lo que hablan, en realidad, esos informes, de forma confusa o imprecisa en ocasiones, es de que, en promedio, el conjunto de las asalariadas cobra menos (en aquellas cifras) que el promedio del conjunto de los asalariados.

Ahora bien, cuando uno analiza con detenimiento los detalles, observa, en primer lugar, que las cifras son una estimación poco afinada, pues varía esa diferencia, la llamada "brecha salarial", según se consideren o no los factores que intervienen en la diferencia. Por poner un caso, no es idéntica la cifra si se compara esa "brecha" entre personas de ambos sexos con el mismo nivel educativo y en la misma ocupación que si se hace entre personas de ambos sexos con el mismo nivel educativo y en la misma empresa (un 7% menos de diferencia en este último caso).

Y cuando el microscopio aumenta su lente, observamos que esas variables están compuestas por vectores múltiples: por ejemplo, son distintos los sueldos de los supermercados, donde abundan las mujeres, que los de la construcción, donde predominan los varones. En otros casos, las diferencias salariales dentro del mismo convenio, empresa y ocupación se deben a la antigüedad, a la jornada completa o parcial, al contrato permanente (ligado a la antigüedad, por lo general) o al temporal (que no acumula pluses), a los permisos, etc.

Es cierto que algunas de esas diferencias de dedicación se deben a que las mujeres suelen tener otras ocupaciones (las familiares) que no suelen tener los hombres, y que ahí sí, en la compensación de esas dificultades, se podría actuar.

No olvidemos, por otra parte, que esa diferencia salarial tiene una componente estructural universal, como es evidente al comprobar que es de un 19% en España, frente a la media europea, del 16%, si bien Alemania y el Reino Unido andan por el 20%; dato que suele silenciarse en la transmisión a la opinión pública de la cuestión.

En el discurso de la exigencia de igualdad de salarios entre la totalidad de los hombres y las mujeres hay -más allá del requerimiento de equidad donde hubiera desigualdad real injustificada- un discurso ideológico, que a veces dramatiza inventando conceptos que no tienen correlato alguno en la realidad ("hay que atacar la división sexual del trabajo", proclamaba una dama hace poco) y que, en todo caso, participa de esa cierta tendencia al totalitarismo que caracteriza a muchos de los discursos de la modernidad. En claro: en el fondo, ese discurso igualitario señala cómo deben ser las mujeres y cómo deben actuar para equipararse en todo con los hombres en el trabajo, olvidando que acaso algunas no tienen la misma visión de la vida (desean, por ejemplo, trabajar menos horas, para cuidar a sus hijos) que la que se quiere que tengan.

Por otra parte, el discurso está amplificado por el interés político: sindicatos y partidos corren a proclamar la injusticia, no solo para denunciarla (¿por qué no van a los tajos o a los tribunales para arreglarlo?), sino para sacar ventaja de ello: como los esperteyos, las organizaciones que viven de la opinión pública se mantienen en vuelo al recibir de vuelta el eco de las ondas que emiten.

Y he aquí que, cómo no, nuestro Gobierno ya ha corrido a proclamar que vigilará para que las empresas eliminen la brecha salarial y elaborará un plan para ello. ¿Pero es que hasta ahora no funcionaba nada? ¿No actuaban los sindicatos, la Inspección de Trabajo, la misma Fiscalía, los comités de empresa? ¿Y el propio Gobierno asturiano?

Ruido, mucho ruido, que, como los esperteyos, en política se abre uno paso con el ruido y sostiene la marcha con los ecos del ruido.

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