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El sueño de las tres comidas

Lula asumió la presidencia de Brasil en enero de 2003 anunciando que se sentiría satisfecho si a la conclusión de su mandato todos sus compatriotas podían desayunar, almorzar y cenar razonablemente. Tres comidas. La fiscalía brasileña sospecha ahora que dos empresas investigadas por sobornar a altos cargos del Gobierno a cambio de pingües contratos con la petrolera Petrobras le pagaron al expresidente: 1) un apartamento, 2) una casa de campo y 3) las reformas de esas dos viviendas, valoradas en cientos de miles de euros. Lula cumplió su promesa y consiguió que todos los brasileños comieran tres veces al día. Eso sí, según el fiscal, por garantizarles el desayuno se dejó premiar con el apartamento; por el almuerzo, con la casa de campo; por la cena, sólo con las reformas, que si cenas mucho después tienes pesadillas.

Él les dio de comer, puso al país a la cabeza de las poderosas naciones emergentes, lo convirtió en la meca mundial de la inversión. Lula hizo mucho por Brasil, eso es indudable, pero ahora los investigadores creen tener pruebas de que cobró con creces por sus servicios: más de siete millones de euros entre pagos por conferencias, viajes y gabelas como las tres listadas más arriba.

Lo peor del caso, aparte de la enorme mancha en el historial del antiguo sindicalista y luchador contra la dictadura, es que tritura la imagen de un país que hasta hace no tanto era puesto como ejemplo de inclusión social y (¡aporía!) altas tasas de crecimiento. Y eso, además, en el peor momento: a pocos meses de la celebración de los Juegos Olímpicos de Río y cuando su presidenta, Dilma Rousseff, hija dilecta de Lula, está a punto de afrontar un proceso de destitución en el Parlamento bajo la acusación de haber realizado maniobras fiscales irregulares para ajustar las cuentas de su Gobierno en 2015, año en que la economía, otrora pujante, se contrajo un 3,8%.

Con lo que los brasileños -que ahora quieren para sí los derechos y beneficios sociales de un europeo medio- ya se están dividiendo entre lulistas y antilulistas, y el mismo político que gozó en su momento de un 80% de aprobación tiene ahora en su contra al 47% de la población.

Lula no descarta volver a presentarse a las elecciones, que se celebran dentro de dos años, y da como argumento para hacerlo la necesidad de proteger su legado: el éxito en la lucha contra la exclusión social. Pero debe recapacitar, porque el país, gracias a sus siete años de presidencia, ha cambiado mucho: millones de brasileños pobres se han incorporado a la clase media, y cada vez que desayunan sueñan con un apartamento en la playa como el suyo; cuando almuerzan, se les aparece una casa de campo igual de lujosa, y a la hora de la cena, como se atiborran, tienen pesadillas en las que Lula vuelve a ser el presidente y les dice que se olviden de esos vicios de clase alta, que lo importante es comer tres veces cada día. Y a trabajar, que él se va un ratito junto al mar (o al campo) a relajarse y a captar inversiones.

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