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Cien líneas

Común

Lo dijo Lenin: los partidos políticos son la nomenclatura de las clases sociales. Y cuenta, asimismo, la vuelta del revés del calcetín marxiano que realiza Bueno: donde dice clase ponga Estado.

Con esa doble perspectiva bien se puede analizar lo que está ocurriendo en España. Y barruntar el futuro.

¿A quién representa cada cual? Ciudadanos, al Ibex; Podemos, a esos que militan por debajo -y, así, hasta cero- de los mil euros al mes y a quienes, tengan lo que tengan, consideran que esos niveles de ingresos son un escándalo; el PSOE, a los mismos del caso anterior pero que aún no han comprendido que el PSOE forma parte de problema, no de la solución y el PP, a los asustadizos de todo pelaje.

La disparidad es absoluta. Caben acuerdos pero ¿a qué fin? Gobernar durante dos años escasos según un modelo muy inestable para acabar de nuevo y precipitadamente en la playa de otras elecciones generales tiene escaso sentido aunque, ciertamente, un ministerio o dos o tres o cuatro no le amargan a nadie siquiera sea en el tracto efímero de una estación lluviosa.

Para fraguar un Gobierno multicultural es preciso un cemento más sólido. La ambición y el posibilismo no son suficientes. Hace falta un proyecto común. Y ese proyecto común, amigos, existe.

Me refiero, claro, a la reforma de la Constitución. Están todos de acuerdo en esa meta porque así se lo que exigen desde más allá de nuestras fronteras. No hay luchas de clase si no de Estados.

Asistimos a una pelea tongo para un acuerdo trampa: no hay más.

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