La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Sol y sombra

Corrupción

La siguiente pieza, según parece, que debe mover el PP es la de la renovación. Para algunos consiste en excluir a Mariano Rajoy al que se acusa de inmovilismo. Un sarcasmo es que detrás de los que la exigen en casa se encuentran Aznar, Esperanza Aguirre, entre otros.

Rajoy es inmovilista por causa de esa humedad galaica tan característica en él capaz de forjar carácter. Pero, por lo demás, los populares se han precipitado hacia su abismo particular no por inmovilidad, sino precisamente por todo lo contrario, por moverse demasiado en una sola dirección: la del enjuague corporativo. Individual, por parejas y también en equipo. Ese es el problema y la culpa de que el partido más votado en las últimas elecciones aparezca ante la opinión pública mucho más desgastado de lo que sus complicados cuatro años de legislatura podrían incluso hacer pensar.

No han sido los ajustes laborales, ni el ruido montado alrededor de ellos, tampoco la inacción que muchos españoles perciben en el presidente en funciones del gobierno. El acabose se ha producido por la corrupción que ya alarma a uno de cada dos españoles (¿qué piensa el otro?), la ola de escándalos que ha traído el descrédito político y, lo peor de todo para el PP, la excusa que impide a la derecha popular ser aceptada por otras fuerzas que no tienen grandes cosas de las que presumir salvo la de inspirar tan poca confianza en los electores como para quedar detrás en votos que el abominado partido de Rajoy.

Sin embargo la propia actitud corporativa del PP, y la vista gorda de su presidente, han puesto en cuarentena a la derecha española hasta el punto de convertir en un apestado, a su líder, el sexto jefe de gobierno de la democracia. Como ven, así es la vida.

Compartir el artículo

stats