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Compiyogui

Los sms entre el jefe del Estado y su señora y el exconsejero de Bankia Javier López Madrid no son un indicio criminal ni un comportamiento legalmente sancionable. El titular del diario que los publicó se me antoja muy curioso: "Los Reyes arroparon a López Madrid cuando estalló el escándalo de las tarjetas black". ¿Lo arroparon? ¿Con una mantita? En su segunda acepción, que es la única utilizable en el titular, arropar significa cubrir, proteger, amparar. Pues bien, los monarcas no cubren, protegen ni amparan a nadie. Se limitan a mostrar en privado su simpatía y solidaridad con el señor López Madrid, quien, por cierto, no conoció a Felipe VI como consejero de Bankia, sino hace más de veinticinco años. Sí, ya sé. Muchos entre los que lean este artículo bufarán o rebufarán de indignación o lo señalarán a uno como un monarcólatra trapisondista. Pero es que se trata exactamente de lo que se ha descrito aquí. López Madrid, procesado por el uso de las tarjetas de privilegio en Bankia, también está imputado por blanqueo de dinero en la trama "Púnica" sobre financiación ilegal del Partido Popular de Madrid. Su futuro en los tribunales no parece muy halagüeño. Da lo mismo. A partir de la publicación de los mensajes telefónicos se ha puesto en marcha el inacabable espectáculo de la indignación y comienza a sonar la heroica fanfarria antiborbónica.

Entre las reacciones más hilarantes guardo una de un amigo que al referirse a la meliflua ocurrencia de la Reina (compiyogui) la sentenció como "el verdadero lenguaje de la oligarquía". Querer hacer de una pijotería un idiolecto es quizás ligeramente exagerado?

Es considerablemente más probable que un rey, cualquier rey, mantenga relaciones con el directivo de una gran constructora que con un albañil, al igual que pasa con los presidentes de la república. No, los Reyes no han arropado (entiéndase: protegido o amparado) a un presunto delincuente, pero es asombroso que, después de los errores cometidos por el anterior monarca y en medio de una reacción política y social como la provocada por el escándalo de las tarjetas black se dediquen a mensajear al amigo para decirle cuanto se le quiere. Porque la ejemplaridad en la Jefatura del Estado es muchísimo más delicada en el caso de las monarquías parlamentarias. Si un presidente de la República cae en un comportamiento escasamente ejemplar o directamente penalizable lo puede pagar y a menudo lo paga en las urnas o en el seno de su partido o coalición. Un rey no. Los reyes no están sometidos a un voto popular, y eso, en las sociedades del siglo XXI, en lugar de fortalecerlos como figuras públicas, los fragiliza enteramente, y no es imprescindible referirse para demostrarlo a la monarquía española: los escándalos han sacudido en los últimos años a las familias reales del Reino Unido, Holanda, Bélgica o Japón. A los reyes no puede reconocérseles ningún derecho al error, simplemente, porque no hay forma de castigarlo democráticamente. Y se equivocan, por instinto, por estupidez, por ceguera o por indiferencia. Y el mármol se torna en barro. Y llega el momento de discutir si ese barro sigue siendo política y simbólicamente útil. Y ese momento llegará más pronto que tarde, compiyogui.

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