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Fai un cutu qu'escarabaya la pelleya

Hace ahora unos treinta años, viajaba yo a Santiago en mi eficiente 600 para examinarme de algunas asignaturas de Farmacia, que estaba cursando allí como alumno libre. Ya en la habitación del hotel compostelano, encendí el televisor y sintonicé casualmente con un programa regional que ofrecía capítulos de la conocida serie "Los Intocables". Apareció en pantalla un robusto gángster de Chicago, impecablemente ataviado a la última moda italiana de la época: zapatos relucientes, botines, traje de buen corte con el correspondiente chaleco, espléndida corbata y magnífico sombrero. Lo sorprendente fue el lenguaje: "A esi rapaz vamos tener qu'escarayalu", sentenció el mafioso. Naturalmente, me entró un ataque de risa.

Debo hace constar que, por muy trascendentes vivencias propias, beso donde pisan los gallegos y les tengo un aprecio entrañable, pero hay que reconocer que ese "atrezzo" lingüístico era más adecuado para una obra de Rosalía de Castro que para "Los Intocables".

Tras regresar a las tareas docentes de mi cátedra en Oviedo y a la actividad política como diputado en la Junta General de Asturias (JGPA) y transcurridos unos meses, tuve ocasión de participar en los debates de nuestro Estatuto de Autonomía durante la legislatura constituyente. Recuerdo con agrado a los compañeros de escaños correspondientes en las diversas formaciones políticas de entonces como personas cordiales, prudentes, sensatas y correctas, sin merma de su defensa de posturas ideológicas diversas que cada uno defendía, y que los demás respetaban sin acosos verbales ni "escraches", como se prodigan ahora. En aquel proceso, y concretamente al llegar al artículo 4.º del proyecto de ley, se suscitó el tema del bable, propiciado por un grupo de ideología leninista. Curiosa paradoja, que un partido cuyo himno era "La Internacional" propugnase la fragmentación lingüística de España, tanto aquí como en otras autonomías. Pero, en fin, ése era su problema.

El citado artículo 4.º de la Ley Orgánica 7/1981, de 30 de diciembre, referente al Estatuto de Autonomía de Asturias, quedó redactado así: "El bable gozará de protección. Se promoverá su uso en los medios de comunicación y su enseñanza, respetando, en todo caso, sus variantes locales y la voluntariedad de su aprendizaje". Debe hacerse notar que en ningún caso se refiere a lengua o "llingua", que exige el respeto a las variantes locales (dialectales), lo que es contrario al pertinaz intento posterior de unificación o normalización, y que se garantiza la voluntariedad de su aprendizaje.

Recuerdo perfectamente que en el debate en cuestión se aceptó la pertinencia de que lingüistas especializados pudieran investigar sobre estos conocimientos propios de la Gramática Histórica. Yo era entonces profesor de Paleontología y me interesaba por cosas mucho más antiguas, como los dinosaurios del Jurásico, los quitinozoos del Silúrico y los trilobites del Cámbrico, sin pretender que estos conocimientos fuesen de dominio público, ni de que nadie intentase hacer tortillas de huevos (fósiles) de dinosaurio, ni cocinar paellas de trilobites (más fósiles y mineralizados todavía).

Recordando la experiencia televisiva de Santiago, sugerí: ¿qué opinarían sus señorías si tradujéramos al bable las series de investigación submarina de Cousteau y en una de ellas apareciera el comandante en la cubierta del "Calypso" frotándose las manos y exclamando: "Fai un cutu qu'escarabaya la pelleya"? Una sonora carcajada se extendió por los escaños. Les dejé disfrutar y completé: señor secretario, le ruega que en las actas conste (risas). Muchas gracias a todos por su espontánea sinceridad.

¿Por qué entonces el renovado interés actual de convertir los bables en "llingua" y pelear por la cooficialidad como en Cataluña?

Me lo aclaró muy bien una distinguida diputada socialista: en Cataluña se exige para cubrir los puestos de trabajo -sean de albañiles, ingenieros o notarios- el título C de catalán, tal como sueñan dispensar los paladines de la "llingua". El fenómeno se repite con el valenciano, mallorquín, la fabla aragonesa y el "galego". De romanticismos, nada.

-¡Vaya!, ya lo entiendo, se trata de un intento de monopolizar y clientelizar, por un grupo determinado, el empleo regional.

-Puede.

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