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La felicidad está en los zapatos

Desayunar bien, hacer media hora de gimnasia al día, sonreír mucho y calzar zapatos de la talla adecuada para que no duelan los pies. Estas son las sencillas normas para alcanzar la felicidad que receta a sus alumnos el profesor Tal Ben-Shahar, especialista en esta rara asignatura cuyos libros se han traducido ya a veinticinco idiomas.

Agrega Ben-Shahar que la música también es útil a este propósito, por la curiosa razón de que "te despierta deseos de cantar y bailar". Lógicamente, el baile exige un calzado que no haga daño a los pies, detalle que acaso explique la singular relación entre la podología y el bienestar que este pedagogo israelí aplica a sus enseñanzas. Quizá venga de ahí la expresión "tener una china en el zapato" con la que se alude a una molestia que interfiere en nuestros deseos de placidez.

El método parece de lo más simple, pero la felicidad requiere a veces cierto grado de simpleza para que sus poseedores la aprecien. Tal pudiera ser el caso de Palito Ortega, famoso cantante de los años setenta. Sostenía que la felicidad consiste en "sentir amor", opinión en la que coincide con algunos de los líderes políticos emergentes en España y quizá también con el experto Ben-Shahar.

La ONU evacúa cada año un informe sobre el grado de felicidad en el mundo. Como era previsible, las naciones más dichosas son aquellas donde abunda el dinero o, en su defecto, hace buen tiempo. Para llegar a esa conclusión no hacía falta el concurso de los cientos de neurocientíficos, economistas y otros expertos que convocó Naciones Unidas, pero en algo hay que gastar el presupuesto.

Suiza, rica en billetes y prados de Heidi, ocupa el primer lugar de tan feliz clasificación, seguida por las frías pero igualmente prósperas Islandia, Dinamarca y Noruega. Sorprende ya algo más el décimo lugar de México -país de mucha balacera- o el decimocuarto de Colombia, las dos muy por encima de la apacible España, que ha de resignarse al puesto 38º. Se conoce que puntúa el clima tropical por encima de otras consideraciones.

Quizá el gurú de la dicha opine que el dinero resulta cuestión secundaria para ser feliz aunque tampoco le haga ascos. Debiera tener en cuenta lo que dijo en su día el acaudalado cineasta Woody Allen al precisar que, en efecto, "el dinero no da la felicidad, pero proporciona una sensación tan parecida que haría falta un especialista para encontrar la diferencia".

Lo único seguro es que la enseñanza de la felicidad y sus muy vendidos libros de texto constituyen una gran autoayuda para conseguirla. Que se lo pregunten, si no, al felicísimo Ben-Shahar. Con lo bien que calza.

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