Hubo un científico, Duncan McDougall, que a comienzos del siglo XX realizó experimentos para probar que la ligera pérdida de peso que registra el cuerpo humano al morir se debe a la huida del alma, que a su juicio es tangible, material y mensurable, con un peso de 21 gramos. Se trata, obviamente, de una conjetura muy poco científica, pero cabría preguntarse cuánto pesa el alma de un desalmado. Medimos los sentimientos al peso, de tal manera que valoramos a gente con el corazón de oro en contraposición a otra cuya víscera asemeja a un pedrusco. La balanza es el símbolo de la justicia, la que otorga a cada uno lo que merece. También los egipcios, en el juicio de Osiris, pesaban el alma antes de abrir al difunto la puerta de los muertos. En los instrumentos de cuerda, el alma es una pieza de madera en forma de cilindro que mejora la resonancia. Tal vez resulte más liviano creer que el alma es la vibración tenue del batido de las alas de un pájaro.
