Dejan temblando los datos previos al homicidio en la calle Carpinteros, de Roces, donde una mujer recibió de su pareja una puñalada en el costado que fue el cruel remate tras una noche de violencia. Repasemos la lista de antecedentes: trece detenciones de ambos por acusaciones recíprocas, cinco intervenciones de la policía en el domicilio y tres órdenes de alejamiento. Y aun más: ella padecía una cierta minusvalía psicológica y una dependencia de su compañero que acabó siendo letal -la crueldad de los dioses puede alcanzar cotas terribles-. Pues bien, contra la violencia de pareja nunca habían existido en este país tanta ley, tanta norma integral, tanta discriminación positiva, tanta institución, tanta organización feminista vigilante, tanta subvención, tanto recurso público, tanto protocolo de actuación y tanto etcétera; pero de repente se cuela en el sistema un suceso como el de Roces (lo cual no significa dejación de funciones). Por tanto, basta ya de imposturas y de concentraciones de autoridades y feministas a los pies de un cadáver todavía caliente. Su reunión bajo las arcadas del Ayuntamiento es, cada vez más, un espectáculo macabro. Hay un viejo aforismo que dice algo así: "Basta una mujer para traer un niño al mundo, pero es necesaria toda la tribu para hacerlo un paisano". Lo traemos a nuestro asunto: basta un cabrón o una cabrona -hay más de lo primero que de lo segundo-, para descargar la mano sobre una mujer o sobre unos críos, pero hace falta un poblado entero -con sus autoridades, agentes, servicios sociales, jueces, sanitarios, vecinos y feministas-, para que los golpes no se repitan. Y en dicho poblado ideal no cabría que las autoridades protestaran frente a la plaza mayor o frente a los dioses por un homicidio de mujer, sino que serían los pobladores quienes acudirían ante los balcones de la autoridad cada vez que corriera sangre posiblemente avisada.
