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Harper Lee y el amor

"De libros basta uno de cada vez, cuando no sobra", escribió Alessandro Manzoni en la introducción a "Los novios". Santo Tomás de Aquino, en cambio, manifestaba al respecto un indisimulado recelo: "Temo al hombre de un solo libro". Lo cierto es que con haber escrito sólo una buena novela en la vida se puede llegar a ser una cima prominente en la cordillera del Olimpo literario, como les ha sucedido a Emily Brontë, Ralph Ellison y Sylvia Plath, con "Cumbres borrascosas", "El hombre invisible" y "La campana de cristal" respectivamente. Y ahora que Harper Lee acaba de fallecer en Monroeville (Alabama), pequeña ciudad en la que nació y en la que residió la mayor parte de su vida, su nombre quedará asociado para siempre al de aquellos otros que figuran en la selecta nómina de escritores esenciales. Es la autora de "Matar un ruiseñor", novela publicada en 1960 y galardonada con el Premio Pulitzer en 1961.

Aunque en 2015 salió a la luz "Ve y pon un centinela", no es esta una novela nueva, sino la primera que escribió, a mediados de los años cincuenta; luego la rehizo y finalmente la publicó con un nuevo título: "Matar un ruiseñor". Harper Lee, que llevó una vida retirada en la localidad sureña de los Estados Unidos que la vio nacer y morir, gozará de un sitio destacado en la Historia de la Crítica Literaria, pues resulta grato confrontar ambas obras, con idénticos personajes y parajes, y constatar cómo puede transmutarse un relato ya concluido en otro que es a la par semejante y distinto.

"Matar un ruiseñor" fue adaptada al cine por el director Robert Mulligan y el guionista Horton Foote. La película se estrenó en 1962, con Gregory Peck como actor principal. El título de la novela se debe a aquella parénesis que Atticus Finch dirige a su hijo Jem a propósito del uso del rifle de aire comprimido que recibe como obsequio: "Matar un ruiseñor es pecado". La señorita Maudie se lo aclarará a Scout: "Los ruiseñores sólo se dedican a cantar para alegrarnos. No hacen más que derramar su corazón, cantando para nuestro deleite. Por eso es pecado matar un ruiseñor". Al final de la novela, cuando Jem y Scout conozcan al tímido y sonriente Boo Radley, e intuyan lo que realmente ha sucedido en el dramático episodio que pone fin a la obra, el lector comprenderá el porqué del título.

"Matar un ruiseñor" ha sido una de las novelas más leídas en los Estados Unidos a lo largo del siglo XX. Un sondeo realizado por la Biblioteca del Congreso en 1991 acerca de qué lecturas habían ejercido un influjo transformador en la vida de los norteamericanos arrojó el resultado de que, después de la Biblia, la narración de Harper Lee había sido la más influyente. Sin embargo, su autora dejó de comparecer en intervenciones públicas a finales de la década de los 60. Hasta ese momento, y desde la aparición de "Matar un ruiseñor", había escrito algunos artículos para las revistas de moda "McCall's" y "Vogue". En 1983 realizó el análisis de un libro sobre Alabama en el siglo XIX. Y ahí acabó todo.

Publicó su primer artículo en 1961, en "Vogue". Se titulaba "Love-In Other Words" (Amor, en otras palabras). Abre su colaboración en la famosa revista con unas palabras desgarradas de Eduardo, duque de Kent, al verse obligado a dejar a la mujer a la que amaba, madame de Saint-Laurent, para contraer matrimonio con Victoria de Sajonia-Coburgo-Saalfeld, tener descendencia y asegurar la pervivencia de la dinastía reinante en Gran Bretaña. "Recordamos el clamor de su corazón y no el último servicio realizado en favor de la humanidad: fue el padre de la reina Victoria", escribió Harper Lee.

Para la autora de "Matar un ruiseñor", el amor es uno, pero se manifiesta de muchas maneras, que son expresión de un poder interior, divino. Es lástima, compasión y afecto. Para tenerlo, hay que darlo. Cura, restaura y transforma. Sin él, la vida es inútil y peligrosa. La envidia, la codicia, el orgullo y el aburrimiento le hacen la guerra. Hablan de él la Biblia, Shakespeare y sobre todo Cervantes, en "El Quijote". Aunque si hubiese que buscar una pasaje realmente inspirador, sería aquel que nos legó el apóstol san Pablo en el capítulo 13 de la primera carta a los Corintios: "Si hablase las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde. Si tuviese el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; y si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada". El amor es paciente, benigno y alegre. Lo es todo y no pasa nunca.

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