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Los que buscan refugio

El primer síntoma de la corrupción moral es la corrupción del lenguaje. Las palabras cambian la significación comúnmente aceptada y sin dejar de escribirse o pronunciarse en la forma habitual pasan a describir situaciones, o actuaciones, distintas de aquellas que determinaron su nacimiento y posterior uso. Digo lo que antecede tras leer en la primera página de un importante periódico este titular: "Europa acuerda con Turquía la expulsión de los refugiados". El mensaje es equívoco y no aclara de dónde y adónde van a ser expulsados esos seres humanos a los que llamamos "refugiados". Ni tampoco explica cuáles son las razones que les han llevado a buscar refugio. En realidad, un titular más preciso debería expresar: "Europa acuerda la expulsión a Turquía de los refugiados". Porque la Europa a la que se refiere el periódico es el territorio de la Unión Europea, ese espacio económico en el que aspira a entrar Turquía, que ha pactado la acogida temporal de los ciudadanos sirios que huyen de la guerra a cambio de una ayuda de seis mil millones de euros. Parte de esos ciudadanos sirios (cerca de tres millones) ya estaban viviendo en Turquía, adonde habían llegado cruzando la frontera común, y el resto (un millón aproximadamente) pertenece a esa humanidad doliente que intenta recibir asilo en territorio europeo. El mismo gentío que hemos visto en los noticiarios de la televisión caminando trabajosamente de un país a otro, o cruzando el mar en unas frágiles embarcaciones que en bastantes casos naufragan ahogando a quienes viajan en ellas por un precio pagado a las mafias que supera en mucho el coste del pasaje en un crucero de recreo. Desde luego, un trato mucho peor que el que dispensaban los nazis a quienes obligaban a viajar camino de los campos de concentración y de las cámaras de gas. Al menos, los nazis no les cobraban el billete del tren en el que los deportaban, o no hay constancia documental de que así lo hicieran. Al margen de todo eso, no deja de ser una cruel ironía que llamemos "refugiados" a los que huyen de la guerra que asola su país. Unos "refugiados" a los que no sólo hemos negado el refugio que anhelaban sino que, en contra de su voluntad, acabamos de convertir en mercancía al hacer un pacto con Turquía para deportarlos. Pacto migratorio le llama eufemísticamente en otro titular el periódico al que me refería más arriba (¿cuándo se ha visto que se le llame pacto a una imposición en la que el objeto principal del acuerdo no tenga derecho a objetar nada?). La avalancha humana de los que huyen de guerras que los llamados occidentales hemos contribuido, en parte, a empezar (Afganistán, Irak, Siria, Libia, Eritrea, etcétera) ha puesto de relieve las contradicciones en las que nos movemos. Europa, y de forma especial Francia, ha sido considerada tradicionalmente como tierra de asilo y parece lógico que la gente desesperada de territorios próximos busque la forma de llegar hasta ella en busca de refugio. Ir a buscarlo en patera a EE UU parece imposible y caminar con el mismo objetivo hacia Arabia Saudí, Israel o Rusia (los otros corresponsables de las guerras) tampoco parece una alternativa.

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