La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Dura vida la de un presidente

Algo ha de tener el cargo de presidente para que los candidatos a ejercerlo estén dispuestos a perder el oremus y hasta la vergüenza por conseguirlo; pero ese algo no es, desde luego, el sueldo. Aunque gestionen presupuestos de trescientos mil millones de euros, su salario apenas supera los 6.000 mensuales en bruto, que todavía menguarán una vez aplicados los correspondientes impuestos y deducciones.

Por ese puñado de billetes, relativamente módico, los jefes de Gobierno han de aguantarlo todo con una sonrisa, como émulos del santo Job. No es de extrañar que casi todos envejezcan visiblemente.

A Rajoy, todavía en ejercicio y con ganas de repetir, le han pegado en la calle, lo han declarado persona non grata, lo piropeó de racista y colonialista su colega venezolano Nicolás Maduro y ahora le ponen una querella criminal los diputados de Izquierda Unida por firmar un pacto de refugiados de la UE.

No es el único. A su inmediato predecesor, Zapatero, solían reputarlo de bobo sus adversarios, y aun peor fue lo de Aznar, al que injuriaban de asesino cuando aquel asunto de la guerra de Irak. Incluso a Felipe González le siguen echando paladas (verbales) de cal viva en el Congreso, dos décadas después de que abandonase el puente de mando.

Por fortuna, se ha roto hace ya tiempo la tradición de asesinar de vez en cuando a los primeros ministros, que era costumbre reciamente española, aunque aquí pensemos que esas cosas sólo pasan en Estados Unidos. Desde 1870 hasta un siglo más tarde fueron víctimas de magnicidio Prim, Cánovas del Castillo, Canalejas, Dato y Carrero Blanco. Y aún dirán que el de la política es un chollo seguro.

Se da por hecho que esos riesgos y gajes van en el sueldo, aunque la nómina no especi-fique plus de penosidad alguno. Una vez que las víctimas se ofrecen gustosas al sacrificio y hasta porfían en repetir la experiencia del poder, ninguna razón hay para la queja; pero aun así es de notar lo magro del salario.

No sólo es que los 78.000 euros brutos que cobra al año un presidente los superen muchos otros altos cargos del Estado. Más llamativo resulta que el encargado de gestionar partidas de cientos de miles de millones perciba una retribución que parecería casi ridícula en el nivel equivalente de la empresa privada.

Esa magra soldada no resiste la comparación con los cinco, diez y hasta veinte millones al año que se embolsan -y a veces, hasta se ganan- algunos ejecutivos de grandes empresas por gestionar cantidades notablemente inferiores a los Presupuestos de un Estado.

Bien es verdad que el cargo tiene sus compensaciones, más allá del mero sueldo. A los presidentes se les garantiza un retiro vitalicio de lo más apacible en toda suerte de Consejos -de Estado o de compañía eléctrica- donde ingresan retribuciones muy superiores a las que percibían al frente del Gobierno.

Aun así, no se entiende muy bien el empeño que lleva a algunos candidatos a buscar arreglos con la derecha o con la izquierda para hacerse con la Jefatura del Gobierno. Se diría que más que una cuestión de dinero, aunque también, el poder es un vicio al que no pueden resistirse. Mala cosa esta de que nos gobiernen unos viciosos. Luego pasa lo que pasa.

Compartir el artículo

stats