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Futuro en espera

Hay trastornos psicológicos para dar y tomar, como ése que los expertos denominan decidofobia: pánico a tomar decisiones. Gente que vive evitando comprometerse con nada, esquivando cualquier pronunciamiento. Son los equidistantes, simétricos de la vida, a los que algunos incultos muy sabios llaman "de la banda del corcho" porque flotan en todas las aguas. Miran tanto para otro lado que son capaces de girar el cuello 180 grados para no ver lo que les metería en un aprieto. ¿Se puede vivir así, sin mirar de frente, hasta que te mueras? Pues sí, se puede: longevos, camaleónicos y desinteresados por la verdad. Así llegan al final de sus días.

Pero el que crea que los grandes escenarios se perfilan desde sólidas convicciones puede que a lo mejor se equivoque. Aspectos aparentemente secundarios se elevan a la categoría de trascendentales. Por soberbia se han penalizado grandes causas; por indiscreción, extraordinarias oportunidades. Acuérdense cómo el Chapo Guzmán, después de hacer lo imposible para fugarse de una cárcel de máxima seguridad, se pierde en un ataque inoportuno de megalomanía.

Cuando los motores estratégicos son impulsados por la egolatría, el narcisismo, o los trastornos compulsivos, hay ocasiones en que los analistas imponen grandes operaciones buscando argumentos sofisticados. Tal parece que, en demasiadas ocasiones, nuestras debilidades mediatizan, condicionan los comportamientos y las grandes decisiones. También interfieren, por supuesto, los estados de ánimo. A fin de cuentas, somos humanos. No sería la primera vez que miramos atrás con melancolía para echar una quiniela disparatada. O peor, para un reparto de responsabilidades. Incluso hay veces que confundimos la imaginación con la fantasía a la hora de desarrollar un proyecto. ¡Y cuántas nos creemos infalibles cuando lo que realmente estamos aprovechando es un golpe de suerte! Sea como fuere, tendemos a convertir las situaciones fáciles en complicadas. Al otro lado, burlados, quedan las ideologías, los cálculos estructurados, la lógica, el compromiso, la profesionalidad o los razonamientos. Lo que mueve la historia es la ambición y el miedo.

Hay una coherencia muy de moda que es la del plató: en éstos se opina a precio de coste creando un mercado de discursos vacíos. Bajo los focos, el mensaje se vende rápido y bien maquillado, espectacularizando la realidad con la que nos sentimos identificados y a salvo. Es así como nos contagiamos unos a otros y pierden capacidad de influenciarnos las cosas que debieran importarnos.

Desposeídos de autenticidad, la frontera entre la locura y la lucidez es mínima. La misma que entre la credibilidad y el descrédito. Es como un monumental mareo de perdiz en el que, justo en el medio, estamos la mayoría con un ataque colectivo de inseguridad. ¿Cuántas verdades se esconden detrás de las mentiras? Pero... ¿cuántas detrás de la emociones?

Está de moda el chiste de Groucho Marx de los principios: "Si no le gustan, tengo otros?". Porque lo importante es seguir estando en la cresta de la ola. Lo que hay que preguntarse ahora es de qué ola se trata: ¿la que nos levanta de los asientos con sus brazos pero nos vuelve a sentar exactamente en el mismo sitio? ¿O la que viene del mar cargada de energía y nos manda a casa como nuevos?

Hay una frase muy al uso en nuestros días ajena a la emotividad: "Es lo que hay". En ella hay bastante de resignación, algo de pesimismo y ni un pelo de resentimiento. Es una sentencia llena de autocompasión, que nos disculpa del mundo. Con la que logramos explicar todo y nada. Con la que decoramos nuestra impotencia. Con la que ponemos nuestro futuro en espera.

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