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Sobre la ira colectiva

Poco queda por decir sobre los que con la muerte en los talones huyen despavoridamente de su tierra en llamas y buscan cobijo entre las sabandijas del continente civilizado. Marear la perdiz se ha convertido en el deporte favorito en las reuniones de los diez, los veinte y la buena madre que los parió. Inutilidad e ineficacia sin parangón. No sobre el precio del petróleo, en ese punto los acuerdos caen solos, sino sobre la vida de miles de congéneres perdidos y hambrientos en el desierto más rico y florido del planeta: Europa.

Lo dicho, sobre la desolación de los desfavorecidos de hoy (mañana seremos nosotros), al margen del drama diario y televisivo al que nos vamos acostumbrando, se ha dicho y escrito casi todo. Y ni caso.

Quizá desde otra perspectiva, en la retórica del egoísmo de una Europa sin máscara, nos hagan caso. Diré entonces que la UE mete la pata hasta el corvejón. La UE vive pendiente de los números, con la macroeconomía en mitad del encéfalo. Supervisa minuto a minuto su balanza de pagos, adolece del complejo del "debe y haber", y es tan estúpida que no cae en la cuenta que su egoísmo patológico y cruel acumula en la situación actual un capital creciente de ira. Ésa es la peor de las inversiones. Comprar ira lleva al caos. En la romana, el euro o pilón no es capaz de equilibrar el peso creciente de la ira colectiva que se acumula en el platillo.

¿Qué es la ira? Menos pecado capital, cualquier cosa. Veamos una definición al uso: "La ira colectiva es una fuerza interna que aúna y moviliza recursos psicológicos para impulsar la corrección de conductas equivocadas, promoción de la justicia social y la reparación de agravios." Cuando la ira colectiva se desborda y rompe los muros de contención de fronteras armadas con cuchillas, y se hace inmune a botes de humo y porrazos, es imparable. Como las inundaciones propiciadas por el cambio climático. Sabemos de dónde sale la fuerza del agua. El nivel que puede alcanzar es una incógnita. Lo mismo pasa con la ira colectiva. Son fuerzas devastadoras.

Señores que comandan la UE y administran la hucha, no sean imbéciles, caigan en la cuenta de que la ira resulta cara, muy cara, imprevisible el precio que hemos de pagar por ella si la tragedia asienta en el continente. Hablo en euros. En vidas, como no les va la cosa, ni hablamos.

La UE es una glotona egoísta. No le demos más vueltas. Su egoísmo psicológico de hoy y de siempre ha renegado del verdadero altruismo. Unos pocos valientes están a pie de agua, a pesar de sus esfuerzos y riesgo de sus vidas, impotentes para controlar el desbordamiento.

Pónganse de una puñetera vez las pilas, señores de corbata y Montblanc, no les pido que sean humanos, que es mucho pedir; sean económicamente rentables. ¿Cómo? Cumplan con la norma: Declaración Universal de los Derechos Humanos, artículo 14: "En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y disfrutar de él, en cualquier país".

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