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El sueño de Geronte

Reflexiones en torno a la música de Edward Elgar y la poesía de John Henry Newman

Rossen Milanov, director titular de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias, ha dicho que "El sueño de Geronte" es lo mejor del compositor inglés Edward Elgar. La obra fue ejecutada en el auditorio de Oviedo, primero, y en el teatro Jovellanos de Gijón, después, por dicha Orquesta, que acompañó al Coro de la Fundación Princesa de Asturias y a los solistas Allison Cook, Zach Borichevsky y Nathan Borg.

"Es icónica en Gran Bretaña, donde el público hace largos viajes para oírla", prosigue el maestro Milanov. Dios hace su aparición sólo por medio de un acorde breve y fuerte: "Es apenas una mirada que salva con dolor de amor", añade. Por su parte, Javier Neira, columnista de LA NUEVA ESPAÑA, ha hecho la siguiente descripción: "Fina espiritualidad del texto y de la música, hasta un final que redime por la gracia de Dios y la bondad humana: teología en un pentagrama maravilloso".

"Si alguna obra mía es digna de no olvidarse, ésta es", manifestó Edward Elgar acerca de "El sueño de Geronte". Fue estrenada en 1900. Algunos círculos religiosos del Reino Unido la recibieron con reticencia, pues el texto exhala dogma católico de principio a fin. Es el de la composición homónima de John Henry Newman, clérigo anglicano convertido al catolicismo, intelectual lúcido, escritor prolífico, oratoriano y cardenal del título romano de San Giorgio in Velabro. Fue beatificado en Birmingham, el 19 de septiembre de 2010, por Benedicto XVI.

John Henry Newman nació en Londres el 21 de febrero de 1801. Fue educado en el gusto por la lectura de la Biblia, si bien su postura ante la religión no se hallaba, al principio, claramente definida. Al cumplir los quince años, la luz de la fe comenzó a asaetearle con penetrantes viras, que infligieron en su interior las primeras heridas amorosas, urentes y luminosas, de su apasionada historia como buscador infatigable de la Verdad. A los dieciséis marchó a Oxford, al Trinity College, en donde estudió Leyes; después, cursó las disciplinas de la carrera eclesiástica y, en 1825, fue ordenado presbítero de la Iglesia anglicana.

En 1828 tuvo que hacer un alto en sus trabajos de investigación, pues la preparación del libro "Los arrianos en el siglo IV" lo condujo al límite de sus fuerzas. Y emprendió un viaje por Italia. Enfermó en Sicilia, gravemente, pero tuvo el convencimiento de que no había llegado aún al término de su existencia, sino que la Providencia le tenía reservada una misión importante en el Reino Unido. Y de regreso a su patria, mientras la nave que lo transportaba surcaba las apretadas aguas del estrecho de Bonifacio, compuso estos versos: "Condúceme, luz bondadosa, / entre las tinieblas que me ro-dean. / ¡Oh, condúceme! / La noche es oscura, / y me hallo lejos del hogar. / ¡Oh, condúceme! / No pido que me hagas ver / el horizonte lejano, / un solo paso es suficiente ?".

Newman no se había equivocado en su profética intuición. Los años que siguieron a aquel viaje terapéutico fueron de una vitalidad y de una fecundidad impresionantes. Pero, ya en la vejez, le sobrevino el temor natural de la muerte inminente, debido probablemente a desalentadores vaticinios de los médicos. Redactó entonces, en el Domingo de Pasión de 1864, una especie de memorándum, que encabezó con estas palabras: "Escrito a la vista de la muerte". En él profesaba la fe católica e imploraba la ayuda del cielo cuando le llegase la última hora.

En 1865 salió a la luz "El sueño de Geronte", un inmenso poema en el que desplegaba lo que en el "Escrito" había declarado sucintamente. "Mi mente fue urgida a escribirlo y no puedo decir cómo. Yo escribí y escribí hasta que estaba terminado? y en ese momento era ya tan capaz de seguir escribiendo como de alzar el vuelo". Geronte, el anciano, es Newman, que sueña, antes de salir de este mundo, cómo va ser su desvinculación de lo perecedero y su arribo al pronaos de la gloria eterna. Y lo consigna por escrito, como el vidente de Patmos, en el Apocalipsis, a quien la Voz ordena: "Lo que veas escríbelo en un libro". Geronte es Newman, pero lo es también toda persona que arrostre con voluntad de verdad esa misteriosa metamorfosis que se aproxima con la tenaz determinación de un destino indefectible, imparable e inexorable.

"El sueño de Geronte" se divide en siete partes, o cantos, y contiene novecientos versos. En ellos, Newman recrea la muerte en vida y deja entrever el más allá. El alma avanza. Hasta llegar a la antecámara de la Presencia. Y así será el encuentro: "Enfermarás de amor, a Él aspirarás. / Sentirás como compasión por Él / -si esto fuera posible- / porque persona tan dulce / pudiera alguna vez haberse colocado / en situación de tanta desventaja / como para que le tratase con vileza / un ser tan vil como tú eres. / Hay en sus ojos pensativos una súplica, / que te confundirá penetrándote en lo vivo, / y sentirás por ti hastío y aborrecimiento. / Querrás escabullirte y esconderte a su mirada, / experimentando, a pesar de ello, un vivo anhelo / de morar en la belleza de su rostro".

En el interior de Newman había llegado a escarificarse el acezante deseo de trascender lo mudable y recrearse en la eterna Verdad. Así lo manifestó al redactar él mismo aquella frase en latín que figura en la placa con la que se le recuerda en la galería adyacente a la iglesia del Oratorio de San Felipe Neri en Birmingham: "Ex umbris et imaginibus in veritatem". Desde el mundo de las sombras, los símbolos, las imágenes, las apariencias y las incertidumbres, hacia la verdad.

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