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La Universidad de Oviedo del siglo XXI

Me acuerdo de que, cuando era pequeño, pensaba en el año 2000. Siempre me liaba calculando cuantos años tendría, porque hay que tener claro que entre el 61 y el 2000 hay 40 números naturales y no 39. También me preguntaban qué quería ser de mayor, y yo, que hoy sería un niño hiperactivo, respondía ingeniero, soltero y ganar mucho dinero. Solo conseguí ser ingeniero. Ya por entonces me gustaban las rimas. También era socio del Oviedo e iba a ver los partidos con mi abuelo Velo. Por entonces los niños podían ir tranquilos al estadio, y nos poníamos en la balaustrada para animar a nuestros ídolos. La alineación del Oviedo, que jugaba en Primera, se recitaba de memoria, no había vallas, ni energúmenos que manchaban el fútbol de morado. Me acuerdo de que una vez vi el partido al lado de la Pixarra. ¡Vaya carácter! Hoy vivo cerca de los campos que llevan su nombre. Creo que me estoy haciendo viejo.

Recuerdo cuando estaba estudiando mi segundo año de carrera, durante la convulsa etapa de la transición. Salía de dos horas de clase de geometría descriptiva. Por entonces se podía fumar en clase, se cortaba el humo con cuchillo y casi no se veía la pizarra. La mayoría de los bedeles eran guardias civiles jubilados, y la Escuela de Minas, la Academia de la Benemérita. Fui a buscar un pincho para tener energía después de una difícil clase sobre homología y me encontré a unos compañeros más veteranos mirando fijamente hacia la radio con el brazo en alto. Pensaba que estaban de broma, pero rápidamente me di cuenta de que pasaba algo grave, vistos sus vivas a España. Tejero había secuestrado el Parlamento. Eran otros tiempos y otra universidad. Había exámenes que duraban varios días y no se podía ir en mangas de camisa. Años más tarde, cuando estaba estudiando en Francia, me despertaba exaltado porque soñaba que recibía una carta en la que me decían que me quedaban las matemáticas, la termodinámica, la electrónica, la metalurgia o los motores, que todo eso estudié para posteriormente dedicarme a destrozar las matemáticas.

La muy literaria Universidad de Oviedo era lo que era, ni más ni menos. Nuestra universidad tenía algunas figuras insignes, como Emilio Alarcos Llorach, académico de la Real Academia de la Lengua Española, e introductor del estructuralismo y del funcionalismo en la Lingüística española. Alarcos también fue miembro fundador y de honor de la Academia de la Lengua Asturiana, "boomerang" que más tarde se volvería contra él, dado que siempre existen alumnos "aventajados" que esperan la oportunidad para dar una certera puñalada al maestro. Es un problema bien conocido en la universidad española: los judas y la guerra de guerrillas. Alarcos jamás se apeó del sentido crítico que su condición de intelectual le exigió en cada momento. También lucía Gustavo Bueno, creador del materialismo filosófico y de la teoría del cierre categorial. Los que conocen su obra afirman que ésta se establece en constante intercambio con la Ciencia y también con la Historia de la Filosofía. Bueno es conocido por su firme ateísmo y su crítica a la idea filosófica de Dios.

En aquellos años sólo había una escuela de ingeniería, la de Minas; la Facultad de Químicas todavía no tenía el resplandor que años más tarde alcanzaría, los químicos y los biólogos no habían aún entablado relaciones, y el Campus Tecnológico de Gijón acababa de ver la luz. Los geólogos y los biólogos estaban juntos pero no revueltos en Llamaquique, en frente del socavón donde más tarde se construyó el edificio polivalente del Principado. La licenciatura de Matemáticas nació más tarde y se le exigió tener una vocación aplicada e industrial que nunca tuvo. Con los matemáticos, también llegaron los físicos y sus nano-problemas. El nuevo siglo trajo la ampliación del campus de Mieres, cuya creación parece ser que se decidió en torno a unas cuantas botellas de sidra... Y así fuimos creciendo, a trancas y barrancas.

Perdónenme si por desconocimiento no soy perfectamente fiel a la historia. Sé que olvido a médicos, enfermeros, economistas, psicólogos, sociólogos, abogados, filólogos, historiadores, maestros, marinos, ingenieros... ¿A qué cuento viene todo esto? Simplemente quisiera recordar de dónde venimos para preguntarme a dónde vamos. Los candidatos a rector de la Universidad de Oviedo deben sentar las bases de la Universidad del siglo XXI; la del Siglo XX ya la hemos conocido. Coincido con Agustín Costa en que uno de los mayores retos de nuestra universidad es la cultura del emprendimiento. No puede ser que en este terreno estemos a la cola. Los departamentos de Economía y de Administración de empresas, y organismos como el CEEI y el IDEPA tienen mucho que decir a este respecto. Para ello hay que cambiar los planes de estudio y sobre todo la mentalidad. Administración de Empresas debería ser una asignatura práctica que sirviese para acompañar a los jóvenes tecnólogos al vivero de empresas, ayudados por planes de desarrollo universitarios, autonómicos y municipales. Hay que fomentar el estudio de los idiomas en los diferentes grados como asignatura obligatoria, potenciar la Casa de las Lenguas, estableciendo acuerdos con el Instituto Cervantes y la Escuela Oficial de Idiomas, para generar cultura y riqueza. Son muchos los extranjeros que desearían aprender castellano en Asturias. Envío desde aquí un recuerdo a nuestro profesor Paco Mori, que enseñó con pasión el inglés a muchas generaciones de ingenieros. Finalmente hay que unir los campus, que los alumnos sueñen juntos, acercar las humanidades, las artes y las ciencias; aprovechar las sinergias de los centros culturales, como el Niemeyer, la Laboral o los museos de Bellas Artes y Arqueológico de Asturias; integrar la Escuela de Artes y Oficios; y darle una salida a la Universidad Laboral como símbolo de la Universidad de Oviedo, y como puente hacia la formación profesional de calidad y a la educación a distancia. Integración y transversalidad para imaginar nuevos oficios.

Necesitamos para ello un PAS (Personal de Administración y Servicios) ultraformado y ultramotivado, conocedor de otros idiomas, que aguante las críticas constructivas cuando un investigador declara que su rendimiento no fue el esperado debido a trabas administrativas o de gestión. Habrá que saber por qué, intentar remediar los errores si los hubiese y simplificar las labores administrativas burocráticas que entierran al PAS y aborrecen al profesorado. Hasta ahora, han sido muchos los cambios que han ido en el sentido contrario al deseado. El cambio genera tensiones pero es apasionante.

Cuando era pequeño, todos mis amigos querían ser presidente del Oviedo. Me imagino que a casi todos los profesores les encantaría ser rector. Un rector para todos, cuya elección sea justa y fruto del consenso, no de manipulaciones espurias del voto o de promesas imposibles. Apliquen el realismo de Soroya, o de Antonio López. ¡Que gane el mejor!, y sobre todo que lo haga la Universidad de Oviedo. Ganaremos todos. Espero que el que gane sea un rector inconformista, porque la insatisfacción es progreso y el pasado, historia; y algún día también ustedes serán parte del pasado. Solo espero que lo sean orgullosos.

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