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El centro regresa al Centro

El renacer militar nipón escenifica el desplazamiento del eje mundial al Pacífico

Japón se liberó ayer del corralito militar en el que el general MacArthur lo confinó hace 70 años. Lo ha hecho con la aquiescencia de EE UU, la oposición de una mayoría de sus ciudadanos, las llamadas de sus vecinos a la prudencia y un incremento del presupuesto destinado a la Defensa. Ver a soldados nipones combatiendo en el exterior será, pues, muy pronto, una imagen desprovista de otra carga demoníaca que la inherente al hecho mismo de portar armas. Tan aséptica, cabría añadir, como pueda resultar la Cruz de Hierro que lucen en sus fuselajes los cazas de guerra alemanes y que, hace también setenta años, compartía espacio sobre esos metales con la esvástica nazi.

Los fantasmas no deberían ser convocados al regreso a la escena internacional de las tropas de Tokio, hasta ahora limitadas a la autodefensa. Más que nada porque impedirían percibir la intensidad de la coyuntura que rodea al acontecimiento.

Por sólo poner un ejemplo, Corea del Norte celebró ayer mismo la "rentrée" nipona lanzando su quinto misil del mes. Cayó en tierra propia y fue su manera de reivindicarse como herida abierta y ogro de Extremo Oriente. Pero la criatura salvaje de Pekín -nacida a la vez que los guerreros del Sol Naciente se iban al corralito- es sólo punta de iceberg y, como tal, tiene más de baliza del peligro que de peligro en sí.

Otro tanto puede decirse del envío, también ayer, de 160 soldados nipones a las islas Senkau / Daioyu, que se disputan Tokio y Pekín desde hace años. Balizas.

Balizas que, un día, eso sí, por accidente o cálculo, pueden volverse lanzas. Como sea, todas apuntan a una sola dirección: el centro del mundo, que, tras siglos de eurocentrismo, vuelve a encontrarse en el Centro donde situaban su persona los emperadores chinos. Lugar que, por cierto, es el mismo donde lo lleva colocando desde hace años una Casa Blanca que mañana acogerá a los máximos dirigentes de EE UU, Japón y Corea del Sur para evaluar las perspectivas del área tras la puesta de largo de Tokio.

Mientras, la lejana Europa, ya ni siquiera baliza, sigue consumando su hundimiento, atenazada ahora -bombas, refugiados- por un conflicto regional con vocación de alcanzar el Atlántico. Tal vez para que, asomada a sus aguas, contemple al fin el contorno de su imagen descarnada.

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