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Ven a morir en Bélgica

Reinaban Balduino, el "santo", y Fabiola, la aristócrata madrileña del chalé de Zurbano junto a la vieja Escuela de Periodismo, cuando el firmante, en sus recorridos por tierras de emigrantes, recalaba en Bruselas. Fruto de aquellas correrías en Flandes y Valonia fue una serie de extensos reportajes muy ilustrados de fotografías y con el título genérico de "Asturias conquista Bélgica" encabezados por la imagen del emblemático Atomium como referente.

Los sangrientos sucesos de estos días traen a la memoria aquellas jornadas, cargadas de interés y humanidad, por los escenarios de la emigración española, de Bruselas a Lieja, de Amberes a Charleroi. Una epopeya propia del tiempo que ya no se recuerda, con sus héroes anónimos, sus mártires, sus triunfadores y sus fracasados.

Llegaba el periodista a la bruselense "gare" de Midi en uno de aquellos autobuses heroicos después de un viaje disparatado de más de un día entero con su noche tras una larga parada en París. Y lo hacía con la preocupación de encontrarse muy solo en la estación de destino consultando el plano para orientarse en una gran ciudad desconocida.

No hizo falta: una verdadera tropilla de asturianos, conocidos unos, desconocidos los más, me esperaban, repartieron mis maletas y me llevaron como primera providencia a tomar sidra en Casa Antonio, especie de lagar en tierra extraña, para tomar aliento y unos cuantos culetes con pinchos de tortilla. Me asaron a preguntas cargadas de añoranzas. Nunca olvidé aquel viaje profesional que ahora se actualiza en el recuerdo.

Casi cuarenta mil españoles había entonces allí. Los asturianos, más de la mitad junto a italianos, turcos y marroquíes, la mayoría afincados precisamente en la zona de Midi, donde muchos bares y comercios llevaban nombres de la tierra. Primer componente: la añoranza que se paliaba, como en Sudamérica, con un remedo anticuado y nostálgico de usos y costumbres que se trataba de mantener en lo que llamamos con alguna licencia "les cuatro poles de Flandes": Bruselas, Lieja, Amberes y Charleroi.

Todos querían volver, pero muchos de ellos, demasiados, no volverían jamás. Sus hijos ya eran de hecho belgas. Pero todos necesitaban mantener ilusiones que materializaban en sus bares (Casa Ponga, Bar Villaviciosa, Café Martínez, El Asturianu, la Peña El Cordobés?), comercios, costumbres y festejos: la sidra, las canciones, el bable, los bolos, el fútbol, los toros, los periódicos? La lejanía, la soledad, el clima sombrío? Aquellas primeras casas colectivas con un solo retrete para todos en el segundo piso? Los defectos y las virtudes de nuestras raíces que allí se agigantaban en una dramática dualidad.

Lieja, minera (las minas empezaban a cerrar), clerical, medieval y sombría, con sus seis mil asturianos de entonces y el potente Hogar Español de la época, con bar, bolera, rondalla fiestas y campo de deportes y el inquieto capellán Dionisio Ruiz, "míster Volkwagen". Amberes, la ciudad de los diamantes, con su Casa de España y quince "chigres"; la gran concentración de Charleroi, ciudad hoy mismo tan en el candelero. La anécdota de Tina en sus primeros días de sirvienta cuando le dicen: "apportez le gateau" y les llevó el gato? .

El periodista se pregunta por aquellos pioneros que vuelven a la memoria: Bautista Fueyo, Severino Zapico, Benjamín Vallina, Alejandro Romero, Belisario Villagrá, José Manuel Salgado, el cantante "Foyarasca", la avilesina sor Montserrat (primera sor Citroen), el ex legionario, corresponsal y atento guía del periodista Mario Sandalio Lavandera? ¿Qué sería de ellos?

Muchos de aquellos compatriotas habrán sido ya fagocitados por aquel destino en el que buscaron "donde se pueda vivir". No para todos se hizo realidad aquel esperanzador eslogan: "Hoy Bélgica, mañana España".

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