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Tarjeta azul | Eurodiputado asturiano del PSOE

Los atentados de Bruselas y el mundo islamista

La pasada semana el terrorismo yihadista volvía a atentar contra Europa. En esta ocasión, los objetivos estaban localizados en Bruselas, el aeropuerto y la estación de metro más cercana a la sede de la Comisión Europea y del Parlamento. Si aún alguien consideraba que los atentados en París o en otras capitales europeas tenían un destinatario nacional, el golpe en Bruselas, directo contra las instituciones de la Unión, deja claro que la amenaza yihadista es contra todos los europeos. Europa es percibida como un enemigo para la visión cosmogónica de algunos islamistas, como lo son también otras instituciones dentro y fuera del mundo musulmán, que no comparten esa visión totalitaria de la vida.

Estos últimos días conocíamos también el atentado en Pakistán contra la comunidad cristiana que festejaba la Pascua, que se une a la actividad terrorista de Boko Haram en Nigeria, a los enfrentamientos armados en Yemen, y a tantos otros golpes en medio mundo. Suma y sigue en una espiral de violencia que no parece tener una solución cercana.

Ciertamente, el mundo musulmán se encuentra en una situación muy inestable con enfrentamientos sectarios entre sunníes y chiíes, como vemos en Siria o en Irak, en estos momentos, pero también entre ambas ramas del islam y el mundo de los infieles, como sufrimos en Europa. La fallida guerra de Irak y la respuesta, cuando menos, inútil ante la "primavera árabe" han ayudado a desestabilizar todo el norte de África y Oriente Próximo, aunque la situación más allá, hasta Pakistán e incluso Indonesia, no es menos intranquila.

Occidente (y prefiero no maniqueísmos partidistas aunque las responsabilidades con claras) se equivocó gravemente en el inicio de la guerra "preventiva" de Irak. Pero tampoco hemos acertado en la gestión del conflicto en Libia o Siria, en un caso por acción y en otro por omisión. Tal parece que si actuamos como se hizo en Libia, malo, y si no lo hacemos, como ha ocurrido en Siria, peor. Y a todo esto, la guerra en este último país suma ya cinco años y está produciendo, aparte de miles de muertes, una salida de refugiados en búsqueda de paz que Europa no está sabiendo acoger.

Aparte de estos dos países, uno en la anarquía y el otro en la guerra, el resto tampoco ofrece una imagen muy estable. Argelia está pendiente de una transición compleja que llegará tras el fallecimiento de Buteflika, Egipto ha retornado a una dictadura militar tras un breve periodo liderado por los sunnitas de los Hermanos Musulmanes que, aun ganando unas elecciones, no quisieron poner las bases de un modelo democrático. El conflicto israelí-palestino no parece haberse deteriorado aún más, aunque tampoco avanza. El Líbano ve con alta preocupación la guerra siria, donde los chiíes de Hezbolá están interviniendo a favor de Bashar al-Ásad. Sólo Túnez parece avanzar, aunque con una amenaza atroz de los yihadistas. Y en Turquía, los estándares democráticos retroceden con cierres de medios de comunicación, ante los cuales los jefes de gobierno de los estados europeos parecen mirar hacia otra parte.

En todo este marasmo, sólo el acuerdo nuclear con Irán, el país líder de mundo chiíta, supone una buena noticia que podría representar la antesala de la vuelta del antiguo imperio persa a la escena internacional. Este movimiento, por el contrario, se percibe como una amenaza para Arabia Saudí, cabeza del islam sunní, que a la vez está viendo debilitar su relación estratégica con Estados Unidos desde hace algunos años tras la implosión del "fracking" que redujo la dependencia energética americana de su aliado árabe. Con todo, la actual rebaja de precios del crudo, dirigida por la propia Arabia Saudí, está inviabilizando muchas explotaciones de fractura hidráulica. En todo caso, la dinastía saudí rivaliza con Irán por el liderazgo regional, con Israel en un extremo que tampoco ve con buenos ojos el acuerdo con Irán, país que no reconoce su derecho a la existencia.

Pues bien, con este cuadro de fondo, Europa debe trazar una estrategia de seguridad y de política exterior común, porque el coste de oportunidad de no hacerlo es estar a merced de los vaivenes al otro lado de nuestras fronteras, que tienen reflejo también entre los que vivimos dentro de las mismas. Como dijo Juncker, este último atentado podría haberse evitado si los gobiernos nacionales hubieran cumplido lo acordado tras el golpe en París el pasado noviembre. De este modo, ante las lagunas de esa vía cooperativa entre Estados, resulta necesaria una política europea común dirigida por instituciones comunitarias. ¡Basta ya de culpar al proyecto europeo de los errores de los gobiernos nacionales que conforman la Unión! Y más allá de esto, dotemos a Mogherini y al conjunto de la política exterior y de seguridad, puesta en planta por Javier Solana, de los instrumentos necesarios porque, de nuevo, la actuación de los gobiernos nacionales por su cuenta no logrará estabilizar nuestro entorno. Y trabajo, hay mucho.

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