El fútbol nos está haciendo un favor especial útimamente: nos saca del agotamiento que produce ver a unos tipos que recorren pasillos y despachos y declaran su intención de buscar entendimiento hasta el último segundo sin que, de momento, dicha intención haya prosperado. Dejó dicho Johan Cruyff que el fútbol se juega con el cerebro: ¿la política también? Tienes que creerte que el interés primero de los políticos es servir a los ciudadanos, pero también es conveniente que la gran tarta del poder sea de tamaño no más grande que la inteligencia de quienes aspiran a ser comensales. Lo contrario sería un desastre. También dijo Cruyff, a propósito del fútbol, que para jugarlo hay que estar en el lugar adecuado en el momento adecuado. Pues eso. No te puedes fiar de unos tipos que se demoran tantísimo en su campo de juego -en su sala de pactos- sin llegar a acuerdo ninguno. Si tanto tardan en hacer una jugada, es que no se mueven bien. Por cierto: si tan lentos se muestran en estas maniobras de acuerdos por ahora inalcanzables ¿qué habilidad hay que suponerles en los asuntos de Gobierno cuando los tengan que manejar? ¿Van a espabilar de repente? ¿Van a gestionar los asuntos de España, dentro y fuera de ella, con tanta soltura como la que muestran en el arte del desacuerdo interminable? Su torpeza se ha hecho tediosa y el fútbol te rescata de los peligros del desencanto, el descreimiento y la irritación.

La revolución de Cruyff era tan sencilla como subversiva: divertirse. Eso era todo. Pasarlo bien. Los socialistas militarizaron el concepto de lo lúdico de manera asaz cursi en sus leyes educativas y, de tanto predicarlo, les salieron hornadas de jugadores desafectos. Una historia muy instructiva fue esa. Entristece ver al PSOE tan deseoso de estar en todos sitios y quedar en trance de perder el suyo propio. Caperucita piropeó al lobo y el lobo, que pasaba de pactos, se la zampó. Pero ya se sabe que ahora se lee poco: las proclamas en Facebook reemplazan a la disciplina esforzada de la lectura y las moralejas de las historias se quedan sin aprovechamiento. Un drama. El deseo de Cruyff de divertirse en el campo descolocó a sus contemporáneos: cuando él llegó, los partidos de fútbol se ganaban dando patadas de otra manera. Cruyff provocó en España el deslumbramiento con su inteligencia extraordinaria; el mal rollo envidioso también, que estaba donde estaba. Siguió habiendo marrulleros, naturalmente, pero en el fútbol quedó claro que era posible una revolución. Por cierto, el Madrid también nos hizo un favor dando la sorpresa en el Camp Nou. Goles y talento: un alivio. No todo va a ser pactar.