En el mundo que habitamos existen paraísos fiscales e infiernos donde se cobran elevados impuestos. Para el dinero negro no hay fronteras ni alambradas; sí existen, en cambio, para los pobres de solemnidad, que tienen que pagar a las mafias elevado peaje para atravesar un mar proceloso con chalecos salvavidas tan falsos como algunas promesas. Resulta menos arriesgado y más provechoso hacer llegar maletines a las islas Caimán que permitir la llegada de refugiados a las islas griegas. En el canal de Panamá hay empresas que blanquean; a las puertas de Europa, la solidaridad, embarrada, se abre en canal: se destripa y se desangra. Salta a la vista que el tráfico de divisas, como el de personas, otorga elevados dividendos. Dicen que a los ricos les costará Dios y ayuda ingresar en el reino de los cielos, que resulta más probable hacer pasar un camello por el ojo de una aguja. Aquí en la tierra, sin embargo, los paraísos sólo admiten poderosos, nunca escoria.
