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Periodista y jefe de gabinete de Emilio Murcia, en su día consejero de Urbanismo

Media Diputación para Asturias

Sobre la idea del área metropolitana que acaba de presentar el Gobierno regional

De una manera o de otra, el pasado siempre vuelve. El Gobierno regional acaba de presentar como si fuera nueva la idea de un área metropolitana para el centro de Asturias. Sobre ella hemos visto estos días reacciones muy variadas, en su mayoría podríamos decir que epidérmicas, y pocas han entrado a analizar con una cierta profundidad el contenido real de esa iniciativa. En todo caso, lo sustancial estriba en que el Gobierno de Javier Fernández parece sugerir que lo que conviene es crear un nuevo ente, abstracto y etéreo, con forma de consorcio, que supuestamente vendría a regir la ordenación de una parte importante del centro de Asturias.

La idea es tan antigua que ya aún en vida de Franco se apuntaron balbuceos en esta misma dirección; nunca llegaron a ninguna parte. Y, más cerca, en los años ochenta, también el Partido Popular tuvo alguna tentación de promover un debate parecido. En aquella ocasión, hace ya más de treinta años, tuvo, por fortuna, un recorrido muy corto, que con toda probabilidad viene a ser exactamente el mismo que le espera a esta reedición de lo que ya se había sensatamente descartado.

En aquella ocasión bastó un pronunciamiento público de un consejero del Gobierno de Pedro de Silva para que el tema se cerrase. Fue Emilio Murcia, una de las personas más respetadas de la época, quien liquidó lo que arrancaba como polémica simplemente con un artículo publicado en los periódicos del momento.

Emilio Murcia era -además de una persona con una indiscutida estatura moral-, una autoridad científica y académica en todo lo que tenía que ver con la geografía y el análisis territorial. Además de catedrático de Geografía, había sido antes de su llegada al Gobierno de Asturias director general del Instituto Geográfico Nacional y vicerrector de Ordenación Académica de la Universidad de Oviedo.

Aquel gran consejero aportaba a la Administración del Principado una autoridad indiscutida y respetada por su rigor intelectual y su conocimiento científico. Sumaba también una amplia y brillante ejecutoria como gestor público, que a su vez le había hecho poseedor de una dilatada experiencia administrativa. El cáncer se lo llevó a algún otro lugar, para desgracia de todos, cuando sólo contaba cuarenta y cinco años y estaba en su mejor momento de proyección personal, intelectual y política. Nunca podremos saberlo, pero siempre tuve el convencimiento íntimo de que su desaparición ha hecho que la historia de esta región se haya vuelto en buena medida más pobre, y ello por una razón sencilla y sustancial: había una probabilidad muy alta, casi me atrevería a decir que una certeza, de que hubiera sido el presidente que en 1991 hubiera podido dar una continuidad natural a los ocho años de la presidencia de Pedro de Silva.

Las razones que Murcia ponía blanco sobre negro para negarle toda viabilidad a un invento administrativo imposible, inútil y absurdo, como lo puede ser un área metropolitana en Asturias, eran tan válidas en aquel momento como lo siguen siendo hoy. Son razones de orden conceptual, metodológico, administrativo y político.

Conceptualmente, un órgano intermedio entre los ayuntamientos asturianos y el Gobierno de Asturias no puede ser nunca otra cosa que recuperar del cementerio una parte de la afortunadamente desaparecida Diputación Provincial. Con el agravante añadido de que sería para una parte de Asturias y no para el todo. Bastante suerte tenemos en las comunidades uniprovinciales con la integración de la antigua Diputación en la Comunidad Autónoma como para que, a estas alturas, aparecer con la tentación de recrear nuevas instancias intermedias pudiera tener algún sentido.

Desde el punto de vista metodológico, los servicios que pudiera prestar ese ente indefinido, indefinible, fantasmal, y repito que insalvablemente absurdo, sólo puede y debe prestarlos quien tiene la competencia natural, legal y fáctica, que no es otro que el propio Gobierno de la región. La afirmación de que no se pretende añadir un nuevo escalón administrativo, cuando al tiempo se dice que ese nuevo consorcio tendrá competencias ejecutivas, de gestión y consultivas no es más que una cuadratura del círculo negada por la razón más elemental. No se puede ser nada, y a la vez ejecutar, gestionar coordinar y consultar. Lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible.

Desde la óptica administrativa, una idea así se vuelve igualmente inviable y absurda. Nadie puede sostener que sin un marco legal que le dé soporte, unas competencias delimitadas, claras y concretas, y una disponibilidad presupuestaria que haga posible una adscripción de medios personales y materiales, se pueda decir que un organismo exista y pueda por tanto ser operativo. Una segunda e insoluble cuestión está en que no tiene cabida en nuestra arquitectura institucional la idea de que pueda existir un consorcio u organismo de ningún tipo que pueda forzar a la administración de los tres niveles, municipal, regional y nacional, a adoptar coercitivamente decisiones administrativas.

La solución a los problemas del centro de Asturias no pasa por crear un nuevo chiringuito inútil en el que se entretengan unos cuantos ociosos. La solución es política, está en el ejercicio sano de la política. Emilio Murcia sentenciaba definitivamente el tema colocando la cuestión en el sitio en el que debe estar: la coordinación de los ayuntamientos asturianos solamente puede hacerse desde leyes impulsadas por el Gobierno y aprobadas por el Parlamento. Los problemas del planeamiento urbanístico -una palanca de importancia capital para ordenar una región- se resuelven únicamente con una coordinación que tiene que venir del Gobierno por medio de la Comisión de Urbanismo de Asturias. Todo lo demás no dejan de ser dibujos en el agua, jugar a la apariencia de que se hace cuando no se hace nada, y seguir perdiendo el tiempo y las oportunidades.

El problema real estriba en que desde los años noventa ésta ha sido una región que ha caminado sin norte y sin rumbo, entre un desgobierno visible y una corrupción oceánica, de la que apenas conocemos una mínima parte. Al lado, se han despilfarrado recursos hasta el infinito con inversiones decididas por personajes que no quisieron someterse en modo alguno a la panificación más elemental. Con ese soporte, Areces nos deja El Musel y el Niemeyer; Villa, el desdoblamiento de Riaño como autopista; De Lorenzo, El Asturcón y el Calatrava; Cascos, un carísimo e inútil túnel bajo Gijón? Se podría seguir hasta el aburrimiento.

Lo que menos necesita hoy Asturias son más entramados administrativos inoperantes; lo que falta es recuperar el sentido común y ejercer las competencias que se tienen. Ese consorcio imposible no es más que una distracción inútil, un nuevo invento para seguir gestionando la nada.

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