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Psicóloga clínica

La confusa realidad de la hiperactividad

Los diferentes métodos de diagnóstico, distintos resultados y dispares tratamientos de los profesionales sanitarios

El TDAH (Trastorno por déficit de atención con hiperactividad) es un mito. Se le atribuye la propiedad de ser un trastorno de diagnóstico certero y unitario que no tiene. En la literatura actual se propone cada vez con más frecuencia como una enfermedad, dando por supuesto que se conoce la alteración neuroanatómica o el mecanismo neurofisiológico que subyace al conglomerado de síntomas. Sin embargo, a día de hoy, nadie puede decir que haya estudios concluyentes sobre dichas alteraciones o mecanismos causales.

La realidad asistencial en el Principado de Asturias es un fiel reflejo de esta confusa entidad. Unos padres que acudan a su pediatra para calmar su preocupación por las posibles dificultades de atención o comportamiento de su hijo pueden salir mucho más confundidos tras haber pasado por el circuito sanitario actual.

En primer lugar, el pediatra puede decidir diagnosticar y tratar él mismo el caso o bien derivarlo a un servicio más especializado en la materia: bien a servicios de corte neurológico (los denominados neuropediatras), bien a salud mental (donde trabajan psiquiatras y psicólogos clínicos).

El perfil de pruebas que emplean en cada uno de los servicios como apoyo al diagnóstico es diferente. Los pediatras de atención primaria y los neuropediatras tienden a utilizar los listados de síntomas, habitualmente cumplimentados por padres y/o profesores sobre los comportamientos (síntomas) que ellos juzgan que el niño exhibe. En salud mental, las pruebas más empleadas son las de rendimiento cognitivo, en las que se le pide al menor que se esfuerce en tareas mentales para observar su rendimiento, entre otras cosas.

No es de extrañar que con un inicio tan diferente en la evaluación, los resultados sean diferentes también en el diagnóstico. Con el mismo tipo de síntomas valorados por su pediatra un menor tendrá muchas más probabilidades de ser diagnosticado de TDAH si es derivado a un Servicio de corte Neurológico (se confirman un 57% de los diagnósticos como TDAH) que si es derivado a Salud Mental (se confirman un 35% de los casos). Muchos de los casos evaluados por Salud Mental se diagnostican como fruto de una exposición del menor a una situación vital estresante o como un problema de comportamiento. Diferente diagnóstico implica diferente tratamiento.

Hay padres que quieren una segunda opinión o incluso casos que son derivados a ambas especialidades al mismo tiempo. Y aquí continúa el embrollo. Donde un profesional dice A y recomienda un tratamiento, el otro dice B y recomienda algo totalmente diferente. Al final, el niño va de consulta en consulta y los padres no hacen más que aumentar su desconcierto.

La realidad clínica y asistencial es así: los profesionales tienen marcos conceptuales diferentes para las mismas dificultades de un menor. Los profesionales sanitarios son incapaces de coordinarse para hacer un abordaje conjunto en este asunto y me temo, conociendo de primera mano el tema, que va a ser difícil que lo hagan.

Los servicios neuropediátricos consideran que las problemáticas de atención y/o hiperactividad suelen estar relacionados con alteraciones neurobiológicas y habitualmente genéticas en los menores. En Salud Mental, por lo general, están más abiertos a considerar factores contextuales que puedan estar afectando al menor o a que la situación actual se esté viviendo como un problema. Las vivencias emocionales generan cambios en la neuroquímica y esto, a su vez también, puede afectar a la atención y al comportamiento.

Con esto no niego que existan menores con patrones estables de dificultades atencionales y/o de hiperactividad y requieran de tratamientos, en ocasiones psicofarmacológicos, para lograr un pleno desarrollo evolutivo. Pero no toda alteración de la atención y/o el movimiento es congénita. Además, la individualidad que hace a cada persona un ser único y diferente no tiene por qué tratarse como un problema clínico.

Por último, me atrevo a realizar algunas recomendaciones para aquellos padres y madres preocupados por dificultades de este estilo en sus hijos. En primer lugar, para poder diagnosticar un TDAH, deben haberse descartado previamente que las dificultades del menor se deban a una respuesta a lo que vive en su contexto (contextos poco organizados o con rutinas pobres, emocionalmente inestables o preocupantes, o que el comportamiento del menor sea una respuesta esperable ante la dinámica familiar o relacional). Para esto es necesario que el caso sea evaluado de forma rigurosa, individualizada y profunda por un profesional especialista en comprender el comportamiento y las emociones humanas. Tras esto deberían de ponerse en marcha los consiguientes cambios sugeridos en la dinámica relacional de la familia (o contexto en que se de el problema) y dar tiempo para observar si se producen mejorías en el menor. Tan sólo tras poner esfuerzo en estos pasos se debería valorar la posibilidad de que exista un patrón alterado de forma crónica y no reactivo al entorno como es, por definición, el TDAH. Si todos los casos con sospecha de esta problemática siguieran este procedimiento, doy por seguro que se solucionaría, en gran medida, el problema del sobre-diagnóstico de TDAH al que algunos medios ya apuntan.

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