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Domingo de infierno y no de gloria

El domingo de Resurrección fue para la pandilla de amigas autodenominada "Las Inocencias" más bien infernal que glorioso debido a lo que sucedió durante la comida de ese día festivo, en el que siempre se reúnen para intercambiarse regalitos, ya que, por sorteo, son madrinas y ahijadas unas de otras. Y el hecho no habría sido peor si el mismo Satanás hubiera ascendido del Inmundo para sentarse a la mesa, pues allí estaba, para hacer de diablesa terrible, Neli Pastorino, que omite el apellido paterno de Gálvez, un topónimo toledano, porque lo considera plebeyo, muy vulgar y, en cambio, el genovés materno le suena, aparte de poco común, muy tierno y dulce, como comentó un día, también durante un festejo de la fratría, y tras pronunciar esas palabras, una de las hermanas Pis soltó una risotada de hiena para, a continuación, decirle muy mordaz que, si suponía que su Pastorino se refería a un pastorcito encantador como uno de porcelana salido de las manos de un artista de Sèvres, seguro que se equivocaba, pues sin duda había nacido como mote burlesco, aplicado a un tosco, rudo y gigantesco guardián de cabras; y ella, groseramente le replicó con un sonoro eructo, que hizo que la otra Pis, en defensa de su hermana, la llamara regoldadora de mierda. Neli les hizo un corte de mangas que las Pis ignoraron y no llegó, como es habitual, la sangre al río, ni siquiera una gotita al suelo.

Nada más aparecer con considerable retraso, Neli fue al baño a quitarse los zapatos de Prada que le regala una prima muy pija cuando se cansa de ellos, y que la muy bruta, aunque le queden pequeños, se empeña en metérselos a base del calzador untado de crema, lo que no evita que le produzcan ampollas que se convierten en llagas. Se había presentado a la comida de aquel domingo de Resurrección, además de muy tarde, ceñuda y hosca, y no sosegada y serena, como todas suponían que volvería, tras pasar la semana santa con Ginés, su marido, en el Sur.

Salió del servicio en chanclas y se sentó resoplando y haciendo ruido con la silla y, a continuación, se quejó de que estaba harta, reharta de procesiones y pasiones, de saetas, de mantillas negras, de pies descalzos, aunque ella se había unido, una noche, al grupo de esos penitentes, porque los zapatos la mataban y así, liberada de aquella tortura, fue por las calles hasta la puerta del hotel, sin que le importara una liendre la cara de feroche de Ginés. Elisenda Puig, la única abstemia de la agrupación, le reprochó su impuntualidad y Neli le lanzó una trompetilla. A partir de ahí, al empezar a degustar el cordero a la segoviana, comenzó la guerra de Cornelia Pastorino contra las demás cuando Melina Pombal, con el asentimiento del resto, le recordó que todos los años abominaba de la Semana Santa andaluza, pero seguía yendo a ser espectadora de esos festejos idólatras y sacrílegos, con sus exhibicionismos callejeros de una macabra imaginería a base de tallas de Jesús de Nazaret ensangrentado y muerto, y de su madre con el rostro mojado de lágrimas y los ojos en blanco a punto de caer desfallecida de dolor, algo rotundamente falso, porque era bien sabido que estaba de pie, firme, junto a la cruz de su hijo. Melina es una cristiana que aborrece como una luterana lo que ella llama el folclore católico y sus festejos en los días santos que recuerdan los padecimientos y crucifixión de Jesús y que habían surgido con la finalidad de terminarlos asaltando las juderías de los deicidas y provocando un pogromo con muertos y casas incendiadas. Cree que la muerte no es el final de la vida y que el hecho de que no se encontrara el cadáver de Jesús demuestra que, tras su catábasis o descenso a los infiernos, con su anábasis o ascensión a este mundo y a los cielos resucitó, lo que hizo que se quedaran con cien mil pares de narices los que esperaban, frotándose las manos de gusto, hallarlo en el sepulcro, para demostrarles a los estúpidos credulones que su resurrección, que él mismo había anunciado, era una mentira más gorda que la tripa del compulsivo comedor de setas, el emperador Tiberio, que por entonces gobernaba Roma.

Melina es intocable para todas, porque consideran que no maduró y que siempre continuará siendo la niña fantástica, imaginativa y buena que había sido de pequeña y que su fe y creencias resultaban enternecedoras, porque no solo no hacía proselitismo, sino que procuraba no hablar de ellas, a no ser en situaciones concretas que le resultaban muy irritantes como esas festividades adulteradas por el afán de lucro, especialmente la Navidad y la Semana Santa. Así que, al unísono, la defendieron de los improperios de Neli, que la llamó fundamentalista arriana, mentecata y bobalicona tragabolas de mentiras y cuenteretes de la clerigalla y, al comprobar que ni una sola estaba de su parte, se levantó muy airada, tiró sobre la mesa dos billetes azules de veinte euros para pagar, con propina incluida, precisó, su parte de la comida, y le arrojó un paquetito a su ahijada Parrula Gredos, diciéndole a la vez, en tono muy desdeñoso, a su madrina, Brenda Tusano, antes Gusano, que podía quedarse con su regalo pues, ya al desenvolverlo, de asco se le chamuscarían las manos como les iba a pasar a los que pusieron las suyas en el fuego por el exconsejero de Educación procesado en el mareante y fétido "caso Marea"; y se dispuso a marcharse, no sin antes advertirles que, solo por jolipiar a las sociacas, a las ácratas, a las del PP, de IU y de Ciudadanos allí presentes, se afiliaría a Podemos, aunque el mandamás del Círculo Supremo que se había zampado a los Circulitos y proclamaba "Todo el poder a las bases" y se callaba "pero sin las bases", le caía peor que el chorizo picante a un estómago ulcerado y, además, le parecía una especie de aprendiz de Marat, un sans culotte pijito y con calzones.

Todas la abuchearon, sobre todo Goyita Mir, filopepera.

Cornelia Pastorini les deseó salud y anarquía y, taconeando fuerte con las chanclas y con los zapatos de su prima la pija en las manos, se fue silbando el "Cara el Sol", porque se jacta de su simpatía por los falangistas hedillistas y antifranquistas que admiraban a Buenaventura Durruti.

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