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Ciencia y serendipia

Sobre hallazgos valiosos que se producen de manera accidental

El barcelonés Félix de Azúa, poeta, novelista y ensayista, tomó posesión, hace unos días, de la silla en la Real Academia Española para la que fue designado en junio de 2015. El título del discurso de ingreso, al que respondió Mario Vargas Llosa, rezaba así: "Un neologismo y la Hache".

Lo de la Hache es porque a partir de ahora ocupará el lugar de Martín de Riquer, escrutador de la literatura medieval, quien desde 1965 hasta 2013 se sentó en la silla que, en el Salón de Plenos de la Docta Casa, luce en el remate del respaldo, entre volutas y follaje, un relieve de la octava letra en mayúscula del alfabeto español.

El neologismo al que se refiere Félix de Azúa en su discurso liminar es "serendipia", voz introducida en la última edición del Diccionario de la Lengua Española a instancias de la Comisión de Vocabulario Científico y Técnico. He aquí su definición: "Hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual". Y se ilustra con este ejemplo: "El descubrimiento de la penicilina fue una serendipia". El nuevo académico la ha traído a colación porque considera que su relación con Martín de Riquer ha sido serendípica.

Serendípicos son también, y eminentes, los resultados científicos del Instituto Weizmann de Israel. Según su presidente, el astrofísico Daniel Zajfman, los investigadores de ese centro trabajan sin estar obligados a explicar la utilidad práctica de su actividad para justificar los fondos que reciben. "Los mayores descubrimientos en la historia de la ciencia no los lograron investigadores que querían solucionar un problema. Lo que los motivaba no era la utilidad práctica, sino la pura curiosidad".

El Instituto fue fundado en 1934 por Chaim Weizmann, químico y primer presidente de Israel. Se halla en Rehovot, no lejos de Tel Aviv. Cuenta con 238 grupos de investigación, 2.500 científicos y 1.400 estudiantes de posgrado, que desarrollan programas sumamente especializados en física, química, biología, bioquímica, matemáticas e informática. Para Daniel Zajfman, que ha venido a España para pronunciar una conferencia sobre ciencia básica en la Fundación Ramón Areces, los mayores avances se logran cuando se permite a los científicos "explorar sin que tengan la menor idea de para qué servirán sus descubrimientos en el futuro". Y los resultados parecen darle la razón, ya que los beneficios generados por los hallazgos del personal del Instituto ascienden a treinta mil millones de euros.

Antes que a ninguna otra cosa, el científico aspira a comprender el universo, describir el mundo, explicar el comportamiento de los átomos o conocer las leyes de la naturaleza. Las aplicaciones vendrán después. "Y si finalmente no sirvieran para nada, tampoco importa". Es por ello por lo que, dada esa apertura y generosidad de espíritu, no resulte extraño el que los primeros vínculos creados entre Israel y Alemania se estableciesen en los años 50 por medio de los contactos mantenidos entre el Instituto Weizmann y la Sociedad Max Planck. La ciencia, el estudio y el amor a la verdad unen a las personas y a los pueblos. Daniel Zajfman asegura que eso es lo que está sucediendo también entre israelíes y palestinos. "La ciencia nunca será la solución a un conflicto, pero puede ser una herramienta poderosa para establecer lazos de cooperación que contribuyan al entendimiento".

Y lo mismo cabe decir de la relación entre la fe y la ciencia. "En el Instituto Weizmann hay científicos extraordinarios que son creyentes. No tiene por qué existir un conflicto". Cierto. Se puede ser simultáneamente ambas cosas. No hay incompatibilidad. Al contrario. Gregor Mendel (1822-1884) constituye un claro ejemplo. Este religioso agustino no subió a un barco para dar la vuelta al mundo y anotar lo que iba observando, ni tenía a su disposición afinados instrumentos electrónicos para establecer sus conclusiones. Mientras cuidaba el jardín y cultivaba la huerta del convento en Brno, reparó en los arvejos y, estudiándolos a través de los cristales de sus anteojos de montura ovalada y valiéndose de un utillaje elemental, con sus indagaciones impulsó el rodaje de una importante especialidad científica: la genética, cuyos avances son particularmente relevantes, tal vez más que los de ninguna otra, para la humanidad y su futuro.

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