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El Estado fallido

Bélgica no acepta ser un Estado fallido, como susurran sus socios europeos tras los fallos de la Policía. En realidad, Bélgica podría ser, más bien, junto con Suiza, la consagración de la pura idea de Estado, construida como está sobre una gran falla tectónica, la que separa el continente lingüístico románico del germánico, y, de medio siglo acá, el viejo modelo industrial, basado en el carbón y el acero, del nuevo del comercio, los servicios y la tecnología. Norte flamenco y Sur valón, dos mundos siempre enfrentados, han logrado pese a todo cohabitar en la casa belga, superando crisis tras crisis. Que Bruselas, situada casi sobre esa línea del frente entre el Norte y el Sur, sea la capital de Europa hace de ella un símbolo activo y vital de la capacidad de convivencia. Es Europa la que puede acabar siendo un Estado fallido, y no está bien que externalice en Bélgica su propio fracaso.

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