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Lecciones de un fracaso

Las posibilidades de formar Gobierno antes de convocar otras elecciones se agotan. La realidad de España sólo puede describirse poniendo un acento enorme en la decepción. No particularmente porque se haya frustrado el último intento de manera tan bochornosa, sino porque todo el proceso que nos ha traído desde el día de las elecciones hasta la presente situación ha sido conducido con una exhibición inaudita de incapacidad y politiquería. La representación parlamentaria de los españoles descansa en un mayor número de partidos con amplio respaldo electoral, lo que en principio debería hacer más fácil encontrar afinidades entre ellos y lograr acuerdos, y, sin embargo, ha ocurrido al contrario. El balance de meses de contactos de todo tipo se reduce al raquítico pacto sellado por PSOE y Ciudadanos. Los partidos defienden su espacio, los abanderados de la nueva política se muestran incompatibles entre sí y los ciudadanos perciben igual de distantes y ensimismados a los dirigentes políticos. Las tendencias disgregadoras se van imponiendo a las actitudes constructivas. Cualquiera diría que la política marca Berlusconi, demagógica, cínica y peligrosa, tan lúcidamente analizada por Umberto Eco y Giovanni Sartori, ha entrado en nuestro país.

La reunión cumbre de esta semana ha estado precedida por las advertencias veladas que se lanzaron los participantes y ha tenido un brusco y aparatoso final. Ciudadanos ha descartado otra reunión con Podemos. El portavoz socialista ha atribuido a Pablo Iglesias el sabotaje desde el principio de un Gobierno progresista. Esta denuncia deja sin efecto la consulta a las bases anunciada por el líder de Podemos, que se llevaría a cabo, si es que finalmente se celebra, sin reparo democrático alguno en el procedimiento y bajo la amenaza de una crisis interna en la organización. No obstante, Podemos, perdido en los vericuetos de su estrategia política, habla de seguir con la negociación de su propuesta de un Gobierno de izquierdas con la ayuda de los nacionalistas.

El deterioro que ha sufrido el panorama político es una responsabilidad que debe repartirse entre los grandes partidos. Pero fue el PSOE el que asumió la iniciativa y pudo evitar que las cosas llegaran a este punto, despejando mucho antes la posibilidad de formar un Gobierno tripartito, la única que concebía, con unas negociaciones más expeditivas, breves y claras. Primero hizo una lectura selectiva de los resultados electorales y luego alimentó unas expectativas que según reconoce ahora eran infundadas. El empeño de su equipo dirigente en explorar distintas fórmulas merece un reconocimiento, pero no ha estado acompañado por el acierto en la ejecución y esto obliga al partido a revisar sus planteamientos.

Si todo es como parece, ya sólo queda por ver si puede abrirse paso un acuerdo entre el PP y el PSOE, sea en forma de Gobierno conjunto o, mejor, de coalición parlamentaria. Es, quizá, la opción que debería haberse estudiado en primer lugar, aunque la coyuntura política española no sea la más propicia para ponerla en práctica y el PSOE y la opinión pública en general se resistan con firmeza a tomarla en consideración. El PP, abiertamente partidario de ella, tampoco la ha defendido con excesivo vigor ni de un modo persuasivo. Y la gestión política de unos y otros durante estos tres meses no ha allanado el terreno para que la idea prospere. La jefatura del Gobierno podría ser un obstáculo insalvable. El PP reivindica su derecho a ella con el argumento de ser el partido más votado y Ciudadanos y el PSOE la reclaman esgrimiendo el mayor número de diputados que van en el tándem que han decidido formar con sus grupos. Es claro que si el acuerdo entre los dos grandes partidos se logra, será al precio de importantes renuncias políticas y sacrificios personales por ambas partes.

El primer intento fracasó en la sesión de investidura. El segundo, más difícil, no ha llegado siquiera al pleno del Congreso. Supongamos que el resultado de las elecciones no haya sido en absoluto producto de la casualidad, sino una prueba a la que los votantes han querido someter a los políticos para comprobar sus capacidades en un sistema multipartidista y más polarizado. La respuesta de los dirigentes políticos ha sido muy insuficiente. Han actuado con poca destreza y ajenos al interés general. La conclusión es que debemos elegir entre reducir el pluralismo del sistema de partidos o perseverar en el empeño de gobernarnos con muchos partidos de derechas, izquierdas y nacionalistas sin perder eficacia. Incluso el PSOE admite que las elecciones están más cerca que el Gobierno. Será nuestra segunda oportunidad. El exceso de confianza no puede servir ya de excusa.

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