La liquidación de la legislatura más corta parece un hecho y, sin embargo, el lindo don Pedro sigue tendiendo la mano no sabemos a quién, puede que a la izquierda insurgente. Dice que seguirá intentándolo hasta el ultimo momento con tal de echar a Mariano Rajoy. El empeño hasta podría considerarse ecomiable de no ser porque lo que anida en el fondo no es desembarazarse del presidente en funciones del Gobierno, un gallego en estado de hibernación desde el 20-D y cuyo papel político está lo suficientemente amortizado, sino porque la cuestión es otra y sólo encuentra explicaciones en la huida hacia adelante que el candidato socialista emprendió desde el preciso instante en que se conocieron los resultados de las últimas elecciones.

Ahora ya no se sabe si la decisión de tender la mano después de haberla retirado el día antes se debe a una simple estrategia de campaña o a un último intento desesperado por colocarse en la Moncloa, hecho que efectivamente requiere el desalojo del gallego en su rincón. El asunto ha dado tantas vueltas que hemos tenido tiempo para marearnos, y demasiados pocos argumentos para encontrar algo de razón en tanto despropósito. Una investidura fallida y varias vueltas de campana jalonan el desacuerdo de nuestros políticos obligados a entenderse tras las votaciones de diciembre y que han hecho caso omiso una vez más del mandato de las urnas. Cada partido -todos ellos han fracasado de forma estrepitosa-busca ahora su artimaña electoral. Sánchez tiende la mano, Iglesias persiste en endosar a las bases de Podemose la responsabilidad en la última hora, Ciudadanos culpa diestra y siniestra del fiasco, y el gallego aguarda a las elecciones con la esperanza de recoger el fruto de la frustración o del hastío a que se repita un diálogo a tres con los mismos interlocutores.