Soria no puede cesar como ministro -de hecho ya está cesado- pero seguramente le gustaría hacerse invisible o desaparecer con el fin de eludir el cerco por los documentos corporativos de UK Lines Limited, la empresa británica con la que había negado cualquier vínculo y ahora pende como la espada de Damocles sobre su cabeza. A Rajoy, le gustaría todavía más que desapareciese aunque fuera por arte de magia, de hecho ha evitado en todo momento referirse a sus actividades para no cometer el mismo desliz que con Rita Barberá, a la que primero disculpó para más tarde dar marcha atrás y aclarar que no estaba al tanto de sus actividades.

Rajoy y Soria, actualmente, es como si no se conociesen de nada. El ministro, envuelto en serias contradicciones sobre su presencia social en los paraísos fiscales, tampoco es que se reconozca a sí mismo. Se mira al espejo y no ve ni a Aznar, con el que siempre guardó algún tipo de parecido. Ha perdido la referencia e ignora posiblemente qué hacer aparte de esperar que lo trague la tierra.

Una de las cosas que no han sabido ni querido entender algunos de los servidores públicos de este país es que su responsabilidad no tiene nada que ver con la del resto de los ciudadanos. Ni siquiera con la de Mario Conde. Los particulares implicados en los famosos papeles de Panamá se enfrentan, en todo caso, a las obligaciones por los impagos a Hacienda, en el supuesto de que los hubiera. Pero cuando se trata de políticos el asunto es mucho más grave, existe en primera instancia la depuración por el cargo y, como es lógico, la que debería derivarse del ejemplo que están obligados a dar y, con demasiada frecuencia, intentan pasarse por el forro.