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Sol y sombra

Ingenioso Wilde

Oscar Wilde descansa en París, en una avenida de olmos sin hojas del Père Lachaise con su nombre grabado en la tumba cubierto de besos estampados con lápiz de labios. La tarde que me acerqué hasta su sueño eterno alguien había pintarrajeado: "L'importanza di essere Oscar". En realidad, Oscar era un tipo importante, de presencia imponente, deslumbrante y cautivadora inteligencia.

Fumaba cigarrillos en boquilla de oro y se paseaba por las calles con un girasol en la mano. Fue rico, grande y hermoso. Sus amigos y conocidos lo comparaban a un emperador romano, otros, al mismo Apolo, de lo que resplandecía. Según Pierre Louys, que lo llegó a conocer muy bien, poseía lo que Thackeray llamaba el don esencial de los grandes hombres, es decir, el éxito: sus libros asombraban y sus obras de teatro encantaban. Ameno conversador, Wilde tenía la facilidad para engatusar a los que le rodeaban: había sabido crear, a modo de fachada de su verdadera personalidad, un divertido fantasma, que interpretaba con enorme ingenio.

Buscaba las palabras ingeniosas igual que nosotros esperamos encontrar la manera de llamar la atención de los demás recurriendo a las citas de Wilde, que bien pueden ser suyas o, sin mayor problema, atribuírsele, como ha escrito Francisco García Pérez en la introducción de un librito, Ellos&Ellas, que acaba de publicar la editorial Laria y que incluye una impagable selección de frases de los personajes del autor de "El retrato de Dorian Gray", a cargo de Eduardo García, redactor de LA NUEVA ESPAÑA. Una entre las 333 frases del libro cobra, por ejemplo, actualidad debido al populismo tan de moda: "Para ser popular hay que ser mediocre". Algo, obviamente, fuera del alcance de Wilde.

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