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Xuan Xosé Sánchez Vicente

Muletazos con banderas

La fijación de la izquierda con las enseñas, especialmente la de la II República

Estos chicos de la izquierda tienen una especial fijación con las banderas (con los "trapos" dirían a propósito de las banderas a las que no son afectos). Una gran parte de ellos agitan con fervor la bandera de la II República o la exhiben como insignia en sus despachos o en los locales de sus mítines. En verdad, uno no acaba de entender esa relación tan simbólica como emocional. En primer lugar, porque no es capaz de ver por qué una hipotética III República necesitaría arrumbar la actual enseña, como si lo importante de ese nuevo régimen no fuesen sus contenidos constitucionales, sino los colores de su bandera. Hay mucho de adolescente en ese apego al "trapo", como una especie de bálsamo de Fierabrás de los males del pasado, del presente y del futuro.

Tampoco se entiende muy bien su admiración por aquella República, tan desastrosa en lo económico, tan llena de violencia desde el primer día, tan sectaria en unos y otros, tan dividida entre los mismos republicanos, llena de pronunciamientos e intentos de golpes de Estado desde la izquierda y desde la derecha. ¿Para qué seguir? Ya sé que se han inventado un cuento infantil sobre aquella época, que vendría a ser, por resumir, algo tan magnífico y milagroso como aquella Jauja que Marirreguera describía: "Les parres dan-yos vinu a cantaraes, son la fruta más ruin melocotones [?] y, en fin, al añu dan tantes paciones y revicia'l ganáu tanto nelles, que antes d'un añu paren les nuvielles". Pues así, poco más o menos. Pero a mí me gustaría saber en qué sola cosa (dejando aparte, obviamente, la propia Jefatura del Estado, si tal se quiere) es mejor aquella constitución que la nuestra de hoy.

No es esa bandera la única sobre los que parte de la izquierda proyecta sus mitos y afectos. La bandera de los homosexuales es otra que en ocasiones les sirve de recurso emocional. Y, así, la hemos visto colgada en el Ayuntamiento d'Uviéu (rompeolas de todas las banderas) el Día del Orgullo Gay.

Pero no acaba ahí la cosa, en el Ayuntamiento de la capital y en otros muchos ayuntamientos de España se ha producido en las últimas semanas una nueva reacción emocional, esta vez sobre o contra la bandera de Europa: unos la han retirado, otros plegado. ¿La causa? El desacuerdo de las mayorías de esos ayuntamientos con respecto a la política de la UE en relación con los refugiados.

Entendamos bien lo que eso significa: esas mayorías concejiles tratan esas banderas como si fuesen las de un Estado extranjero al que castigan por desacuerdo con su proceder. Ahora bien, Europa no es un Estado extranjero, Europa es España, Europa son las autonomías españolas, Europa son cada uno de los ayuntamientos y ciudadanos españoles. Y lo que ha decidido la UE lo ha hecho de acuerdo con lo que piensan la mayoría de los gobiernos y los Estados, y, por lo tanto, los ciudadanos en cuanto tales y en cuanto votantes. Se puede, por supuesto, discrepar de los acuerdos mayoritarios y combatirlos, pero desde dentro de las instituciones europeas. Porque, en el fondo, lo que se demuestra con esos espatuxos banderiles es que esos grupos que obran de tal forma no respetan la democracia, esto es, los acuerdos mayoritarios de la democracia, sino sólo aquellos acuerdos que coinciden con lo que ellos creen, piensan, quieren o tratan de imponer. En último término, pues, desprecian al conjunto de los ciudadanos y su voto, considerándolos incapaces de acertar con "la verdad", su verdad, la única cierta para ellos.

Ello, en el fondo, desvela diáfanamente cuáles son sus reales creencias (lo que ellos llaman ideología) políticas.

Y en este momento aparece sobre mi ordenador mi trasgu particular, Abrilgüeyu. "Tienes razón en todo lo que dices", me dice. "Pero se te olvida lo fundamental".

Lo miro en silencio. Me mira.

-Que ellos, tan antitaurinos en general, usan las banderas al modo de la muleta de los toreros.

-¿No me entiendes? Eres un poco corto. Con esas banderas van encelando al votante para llevarlo, a base de muletazos, hasta la urna.

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