El presidente de la Autoridad Portuaria, Laureano Lourido, acaba de comunicar que la sentencia anulatoria de la autorización administrativa de la regasificadora del Musel ha truncado un contrato para distribuir desde Gijón gas natural licuado extraído en la lejana Rusia, en la península de Yamal. Las cifras de dicho contrato hibieran sido: 20 años de vigencia, 100 empleos y 36 millones anuales de euros en ingresos para el puerto y empresas involucradas. Evidentemente, no vamos a festejar esta pérdida, y menos cuando las dársenas gijonesas se hallan profundamente empufadas tras la magna ampliación portuaria. Pero lo que no es admisible es que Lourido atribuya esta frustración a la "actitud cainita" que hay en Asturias. Vamos a ver: resulta que el bueno de Abel construyó una planta regasificadora saltándose la legislación correspondiente y entonces llegó Caín, sacó una quijada de burro del bolsillo y se cargó los planes del chico del gas. Atención, se buscan culpables, se buscan gentes de la estirpe de Caín que anden con quijadas de asno por la vida. Y, por supuesto, Abel era un santo varón que no sólo se saltó un reglamento, sino que después lo modificó a su manera, a ver si colaba. Esta es la historia digna de ser escrita en la biblia del gas natural licuado, de ser fundida en letras de bronce y colocada en el arranque de nuevo dique norte, donde se yerguen los dos tanques huérfanos de legalidad. Pero a su lado habría que esculpir en roca de cantera (las célebres y alejadas canteras de las que se nutrió el Musel ampliado) la otra búsqueda de culpables, los reales, que como mandatarios del ramo se refocilaron en el otro gran vicio de Asturias, complementario del cainismo y que consiste el "tira p'alante, que libras". Por lo demás, no es nada correcto dar a suponer que el hipotético fin justifica cualquier medio, es decir, que Rusia podrá ser una gran amiga, pero más amiga será una Administración que no monte desastres legales.
