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Diplomático

Un país ensimismado

Las consecuencias para España de la inexistencia de política exterior

Un país débil no puede tener política exterior y nosotros ni tenemos gobierno, ni hemos salido de la crisis económica y ni siquiera tenemos resuelto el problema de nuestra identidad nacional y del encaje constitucional de los territorios que forman España. Porque una política exterior requiere saber quiénes somos, adónde vamos y qué queremos y no hay buen viento para el que no sabe dónde va. Y porque una política exterior exige también un mínimo de medios para financiar el servicio exterior, la cooperación internacional, las Fuerzas Armadas, las crisis como la actual de los refugiados, y nuestra misma capacidad para intervenir en el exterior en defensa de nuestros intereses... como cuando el Estado Islámico sienta sus reales en Libia, muy cerca de nuestras costas.

El problema es que el mundo no se para porque nosotros nos miremos el ombligo y asistamos boquiabiertos a las peloteras de unos políticos incapaces de poner el interés nacional por encima del partidario y aún del personal. El mundo sigue girando y tomando decisiones sobre cuestiones que nos afectan y en las que, simplemente, no participamos. Pero que no estemos no quiere decir que alguien nos espere porque lamentablemente nadie lo hace. La política exterior o la haces o te la hacen los demás porque, como la naturaleza, tiene horror al vacío. Y cuando dejas que otros te la hagan no sólo no es a tu medida sino que puede ser contraria a tus intereses.

En época de González y de Aznar, tuvimos política exterior. Luego el desinterés, la ignorancia y la crisis la han relegado al baúl de los recuerdos. España se convirtió en el enfermo grave de Europa, no éramos ni Grecia, ni Irlanda, sino un país grande que si se despeñaba arrastraba detrás de sí al continente y al euro. No era broma y evitar aquello se convirtió en el objetivo prioritario del gobierno. Pero prioritario no debería significar único, porque la política exterior quedó relegada para limitarse a seguir mansamente los dictados de Washington y de Berlín. En manos de los Estados Unidos hemos dejado nuestra defensa pues poco podremos hacer con los magros presupuestos de Defensa, unos de los más bajos porcentualmente de Europa, y además les hemos cedido la posibilidad de traer a Rota cuatro fragatas dotadas de misiles AEGIS, mientras un destacamento de intervención rápida del Mando África se instalaba en Morón. Lo constato, no lo critico. Y nos hemos pegado a la política de austeridad de Berlín como si su interés fuera el nuestro, cuando su superávit nos complica mucho la vida.

No participamos en el debate europeo sobre cómo tratar a Rusia tras su desestabilizadora política en Ucrania y su ilegal anexión de Crimea. La hemos condenado, claro, pero cuando se trata de discutir con Putin y Poroshenko, allí se sientan Merkel, Hollande, Cameron y Renzi. Y entonces teníamos gobierno. Y cuando Hollande hizo una gira por medio mundo para pedir ayuda para combatir al Estado Islámico que había llenado de sangre las calles de París, no se molestó en venir a España a ver qué le podíamos ofrecer, a pesar del apoyo que Francia nos dio en nuestra lucha contra ETA. Y no hemos participado en la última cumbre de Washington sobre seguridad nuclear ni en la reciente reunión de los miembros fundadores de la UE para discutir el futuro de Europa, aunque fuera como observadores y en un taburete. Sé que estamos sin gobierno pero eso no es excusa pues la verdadera política exterior es de Estado y no debe cambiar cuando lo hace el titular de la Moncloa. Y si hay dudas sobre lo que conviene hacer, se discute con los demás partidos que para eso existen las Cortes.

En el problema de los refugiados, tenemos experiencia por ser la frontera sur de Europa y algo podríamos aportar al debate. No se trata de acoger a millares de personas en un país con el 20% de desempleo (aunque el Ayuntamiento de Madrid luzca un populista e inane letrero que dice "Welcome refugees"), pero sí de procurar evitar que las atendibles exigencias de seguridad no pongan en peligro una de nuestras señas de identidad como es el tratado de Schengen. Tras el acuerdo nuclear con Irán, Rohani viajó a París y Roma en una gira política-comercial y no se acordó de nosotros. Igual que echo de menos un mayor protagonismo en la crisis de Libia donde crece el Estado Islámico y se está preparando una operación internacional con participación de Estados Unidos, Reino Unido, Italia y Francia. Parece como si ese asunto no fuera con nosotros, al igual que ocurre con la seguridad en el Sahel, que se ha convertido en el nuevo salvaje Oeste (pero sin John Wayne). Y no atendemos las peticiones de socorro de la vecina Túnez, que necesita ayuda para enfrentar terrorismo y crisis económica y es el único país donde la Primavera Árabe ha arrojado un resultado esperanzador.

También hemos estado ausentes de las dos grandes iniciativas diplomáticas de los últimos tiempos en América Latina, el acercamiento entre Cuba y los Estados Unidos y el proceso de paz de Colombia, en las que participan otros países como Noruega o Suiza. Y la guinda ha sido que Raúl Castro eligiera a Francia como socio privilegiado para su primera visita a Europa...

Tenemos muy buenos diplomáticos, pero ellos no hacen la política exterior sino que son leales ejecutores de la que marca el gobierno de turno. Ese es el problema.

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