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El placer de leer

Señor don Quijote:

Pongamos que me llamo Javier, mi verdadero nombre y apellidos prefiero no decirlos por si acaso. Le escribo porque el profesor de lengua pretende obligarnos a leer su novela. ¿Permitirá tal imposición un caballero como usted que lucha por la justicia? Un muy afectuoso saludo.

Javier, 13 años.

Mi querido caballero Javier Porsiacaso:

Mucho sabes tú de mí para no haber leído mis andanzas, pues aciertas al decir que lucho para que brille la justicia, y lo hago reparando agravios y protegiendo a los débiles. Te contesto a vuelta de correo, pues en modo alguno permito yo que se obligue a nadie a leer contra su voluntad. Siempre he defendido la libertad de elegir y de actuar, respetando, claro está, la libertad de los demás. Dile a tu profesor que solo nos aprovecha aquello que leemos por elección, no por obligación. ¿Cómo va a disfrutar de mis peripecias quien las lee forzado, como si estuviera encadenado a los libros igual que los galeotes estaban encadenados a los remos de las galeras? (Pídele a tu profesor que te explique lo que era un galeote y una galera). Por otra parte, mal entiendo que se os haya hecho detestar la lectura de manera tal que, en vez de ser un placer, se haya convertido en amarga tarea que pretenden imponeros a la fuerza.

Querido Javier Porsiacaso, yo bien quisiera que se conocieran mis aventuras, pero no deseo en modo alguno que a nadie se le exija leerlas. Aunque, ay, amigo mío, mejor tendría que decir mis desventuras, pues fue mucho lo que hube de padecer por defender agravios semejantes a este que tú me relatas. Ay, si yo te contara? Muéstrale esta carta a tu profesor, dile que apelo a su comprensión, a su imaginación y buen juicio para que sepa convertirnos a ti y a mí en amigos sin que medie imposición alguna.

Un abrazo del caballero andante don Quijote.

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