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Daniel Capó

El futuro socialista

El declive del PSOE desde los años de Zapatero y los efectos desestabilizadores de un eventual sorpasso

El PSOE lleva tiempo en una situación endiablada, sin soluciones ni opciones claras. Su deterioro ha sido constante desde los años de Zapatero. A lo largo de sus dos legislaturas, se vició la relación con Cataluña, empezó a difundirse un relato erróneo de la Transición y estalló el modelo económico español entre continuas negaciones de la realidad. Hoy, incluso el exministro Miguel Sebastián reconoce que hubo errores en la política económica y habla de las diferencias que le separaban de Solbes. Es posible, aunque, como se suele decir en estos casos, quien esté libre de culpa que tire la primera piedra. Lo cierto es que el declive del PSOE se inició con los infaustos años de Zapatero, que lanzan una larga sombra sobre la credibilidad del partido. El astuto Rubalcaba llegó ya gastado -fuera de sazón, por así decirlo- a la secretaría general del partido, mientras que las limitaciones de Pedro Sánchez resultan cada día más y más evidentes.

En primer lugar, ¿dónde situar a los socialistas dentro del panorama ideológico actual? No se trata, desde luego, de un problema exclusivamente nuestro, ya que la difícil posición de los partidos de la estabilidad recorre todo el continente europeo; pero quizás se acentúa en los países que han sufrido con especial intensidad los efectos del crack de 2008-2011. La sociedad española en su conjunto -representada por sus principales partidos- no supo leer la revolución industrial que suponía la llegada de la globalización ni el impacto de las nuevas tecnologías, sino que continuó basando la prosperidad en el camino fácil de la construcción y el exceso de endeudamiento. Las consecuencias resultan de sobra conocidas: el paro estructural se disparó y se deterioraron a velocidad de vértigo las cuentas públicas. El agotamiento del modelo español, ocho años después del estallido de 2008, sigue siendo evidente. La necesidad de soluciones, también.

El problema a nivel político es que, mientras que el ala derecha del hemiciclo el PP apenas cuenta con otro adversario ideológico que C's a la hora de plantear propuestas, el PSOE tiene un campo minado en el ala izquierda. Por un lado, Podemos y sus confluencias -quizás en coalición con IU-, que ofrecen las propuestas clásicas del populismo: más gasto público -¿con qué dinero?-, más fractura ideológica y, en definitiva, menos competitividad. Por otro lado, se encuentra Ciudadanos, una formación nueva de la que no se termina de saber muy bien qué línea ideológica mantiene: si se trata de la marca blanca del PP -como sugieren los nacionalistas- o si, por el contrario, constituyen los herederos españoles de la tradición liberal del socialismo, un poco en la línea del New Labour de Tony Blair. En realidad, C's es un partido a medio hacer, construido con materiales de aluvión, que se debate entre varias almas, algunas opuestas entre sí. Como suele suceder en estos casos, tendrán que ir definiéndose a medida que toquen el poder.

Pero lo cierto es que el PSOE de Sánchez se encuentra en una encrucijada aún peor, falto de un discurso claro y coherente que pueda atraer a sus posibles electores. Al votante radicalizado, la opción podemita le resultará más creíble. El centrista puede sentirse atraído por la juventud, el marketing y la fotogenia de los hombres de Rivera. El jubilado y el voto rural parecen decantarse por Rajoy, también con cierto margen. ¿Dónde puede ubicarse pues el PSOE? ¿Cuáles son sus activos? Seguramente, su historia y el peso afectivo de la tradición.

A Sánchez no le queda más remedio que activar al máximo sus resortes territoriales, sus feudos autonómicos, aunque sea a costa de pactar con Susana Díaz. Sánchez sabe que se enfrenta a su última oportunidad política y que un nuevo fracaso supondría un arriesgado ajuste de cuentas. Pero lo peligroso no es el destino final de Sánchez, sino los efectos desestabilizadores que tendría un eventual sorpasso. Si Podemos lograse arrinconar al socialismo español y situarlo en una posición subsidiaria, habría un auténtico terremoto en el mapa electoral. Dudo que lo consigan, si bien la duda no es precisamente una certeza y ahí reside el riesgo. La irresponsabilidad de no haber formado una gran coalición es evidente. La falta de una cultura de pactos subraya la incierta evolución política en nuestro país.

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