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Eduardo Jordá

Extorsión

La visión conspiranoica de la vida seduce a mucha gente. Y por eso se habla de los grandes bancos y de las grandes empresas del Ibex como si fueran criaturas mitológicas, algo así como el hipogrifo de Astolfo o el gigante Caraculiambro, señor de la ínsula Malindrania, con quienes creía enfrentarse el pobre don Quijote. Y según esta visión conspiranoica muy extendida entre nosotros, esas empresas y bancos deciden gobiernos, eligen candidatos a su medida, se reúnen en cónclaves secretos para dictaminar qué es lo que se puede o no se puede hacer en un país, y al final acaban controlando el mundo. Y sí, es muy posible que haya algo de verdad en esto. Pero estos días hemos sabido que los grandes bancos del Ibex han estado pagando, durante los últimos quince años, unos 3,7 millones de euros a un señor que no era más que un extorsionador que decía representar a los usuarios de la banca. Y sin chistar. Y sin atreverse a hacer nada, como si fueran ancianitas asustadas. Pero vamos a ver: si estos banqueros eran tan poderosos, si hacían y deshacían gobiernos, si controlaban jueces y políticos, ¿cómo ha sido posible todo esto?

Porque lo más llamativo de todo es que el extorsionador no parecía un genio maléfico con una inteligencia sobrehumana -una mezcla entre Rasputín y Fu-Manchú-, sino más bien un tipo vulgar, más bien del montón, de ésos que se ven venir nada más tenerlos delante. Y el historial de este personaje tampoco era como para inspirar mucho miedo. Antiguo ultraderechista de Fuerza Nueva, había sido condenado cuando era joven por un asalto a mano armada (y a una marquesa, ni más ni menos, a la que le abrió un boquete en la cabeza de un culatazo). En vista de que vivimos en un país muy extraño, la condena por ese atraco fue muy leve y se saldó con unos pocos meses de cárcel. Y después, tras pasar por una Facultad y fundar un bufete de abogados, este señor inició su carrera de cobrar extorsiones haciéndose pasar por defensor de los más débiles (está visto que hay una larga tradición entre los estafadores y los charlatanes y los embaucadores que dicen defender a los más débiles). Y sin más medios que la amenaza de ejercer la acusación particular o de publicar las malas prácticas bancarias, algunos bancos le pagaban a este señor un millón de euros al año; otros le pagaban la mitad, 600.000; y otros bancos y cajas, menos aún, es decir, 300.000 euros, que sigue siendo una bonita cantidad. Como es normal, el extorsionador había conseguido una fortuna. Y aparece bien citado en los papeles de Panamá, faltaría más.

O sea, que estas criaturas todopoderosas que controlaban gobiernos y hundían países y creaban las crisis económicas a conveniencia para ganar aún más dinero del que ya tenían, cedían como párvulos aterrorizados ante un señor que sólo les amenazaba con ponerles querellas, y que además era un antiguo ultraderechista que tenía una condena previa por atraco a mano armada. Por lo visto, a ninguno de estos banqueros omnipotentes se le ocurrió denunciarlo ante los gobiernos o los jueces que se suponía que controlaban o que incluso nombraban a su antojo. Ni tampoco, y eso sí que es raro teniendo en cuenta la mala fama que tienen, a ninguno de estos superhombres del Ibex se le ocurrió buscar una alternativa más expeditiva para librarse de las extorsiones. Alguien, por ejemplo, que convenciese al extorsionador, mediante una enérgica técnica persuasiva, de las ventajas de orden intelectual y moral y también fisiológico que le reportaría abandonar su molesta actividad. Un eficiente equipo de profesionales en técnicas persuasivas. Colombianos. O albaneses. Algo así.

Pues no, no pasó nada de eso. Todos aceptaron la extorsión y pagaron lo que se les pedía. Todos la aceptaron sin rechistar, sufriendo en silencio como los usuarios de Hemoal. Y la radiografía social que retratan estos hechos es como para echarse a temblar. Primero, porque demuestra lo endebles y pueriles que son las teorías conspirativas. Y segundo, porque ha puesto de manifiesto una cobardía y una falta de capacidad de resistencia entre los más poderosos -es decir, entre nuestras élites- que dice bien poco de nosotros como sociedad. Si los poderosos son así, si los que mandan y controlan son así, si nuestras élites económicas son así, ¿cómo vamos a ser los que no tenemos medios ni poder ni nada de nada? ¿Cómo no vamos a dejarnos pisotear por los que pueden permitirse hacerlo? ¿Y cómo no vamos a ceder ante las amenazas y los abusos de quienes carecen de escrúpulos o se creen con derecho a avasallar a los demás?

El panorama que pinta todo esto es desolador. A un lado, en el extremo de arriba, los supuestos todopoderosos con contratos blindados y docenas de millones en sus cuentas corrientes que no son capaces de hacer frente a un extorsionador de poca monta. Y en el otro lado, por abajo, los supuestos tribunos de la plebe que sólo creen en teorías conspirativas y que tienen un pésimo conocimiento del mundo y de la vida y de la realidad económica. Mal asunto, se mire como se mire.

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