La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Desintoxicando al terrorista

Alarmadas por el creciente número de guerreros de Alá que está surgiendo en su territorio, las autoridades francesas van a crear centros de desintoxicación para terroristas. Los yonquis de agua bendita -o quienes puedan caer en el vicio- serán tratados en Centros de Ciudadanía y Reinserción para prevenir que den el salto a Siria y luego regresen a poner bombas en Europa.

Al igual que Alcohólicos Anónimos o cualquier otra organización dedicada a tratar las toxicomanías, estos centros del Estado contarán con exadictos arrepentidos. Junto a educadores, psicólogos y trabajadores sociales, ellos se encargarán de contar su desdichada experiencia a los jóvenes susceptibles de ser tentados por la droga de la yihad. No es seguro que se presenten con la frase ritual: "Hola, me llamo Fulanito y soy yihadista", pero por ahí va la cosa.

Sólo en un país que alumbró a Descartes, entronizó la razón y proclamó los principios republicanos de libertad, igualdad y fraternidad podía nacer una idea como ésta. Cierto es que Marx había tachado ya a la religión de opio del pueblo, pero el Gobierno de Francia va un poco más lejos en esa apreciación.

Aboga a favor de estas medidas el dato de que la religión -tanto da si una u otra- haya sido una de las principales causas de mortandad a lo largo de la Historia, en directa competencia con la peste, los fascismos y los comunismos. Desde los tiempos de Saladino y las Cruzadas, la cifra de muertos en nombre de Dios (y luego de la Patria) alcanza proporciones difíciles de numerar.

Todo tiene sus pegas, claro está. Los centros de "reinserción" franceses evocan recuerdos más bien sombríos como el de los gulags en los que la Unión Soviética "reeducaba" a los disidentes del régimen. O las granjas en las que Fidel Castro recluía a los gays con la extraordinaria pretensión de convertirlos a la heterosexualidad. Los más recalcitrantes eran enviados directamente a hospitales psiquiátricos, en la creencia -muy atinada- de que sólo un loco podía rechazar las ventajas del socialismo científico y, más aún que eso, enfrentarse al poder omnímodo del Estado.

El propósito, sin embargo, es de lo más razonable en el caso del Gobierno francés. Se trataría de educar a los abducidos por la yihad en los principios republicanos de libertad, igualdad y tolerancia que permiten vivir tan ricamente a los ciudadanos de las democracias aburguesadas.

De hecho, los dirigentes de la República prohibieron hace ya años en Francia la exhibición "ostensible" de símbolos o prendas religiosas en sus colegios, bajo el principio de que cada cual es libre de creer o no creer, pero no de imponer su fe a los demás. Menos aún si ese proselitismo se hace por medio de bombas y disparos de kalashnikov, naturalmente.

Ahora han ido un paso más allá al crear estos centros de prevención y desintoxicación de terroristas. La idea consiste en evitarles a los meapilas una posible sobredosis de dogma que los lleve -en casos extremos- a rociar las terrazas y discotecas de París o de Bruselas con una lluvia de balas, en la creencia de que se trata de agua bendita contra el infiel.

No es seguro que la fórmula vaya a funcionar, dado el carácter especial de estos yonquis de la Goma Dios: tan distintos a los de la jeringuilla. Pero al menos en Francia lo están intentando.

Compartir el artículo

stats