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Saúl Fernández

Gigantesca y neblinosa

Ochenta años de vida, sesenta y seis de experiencia consecutiva

Nuria Espert lo sabe todo del teatro. Es normal. Lleva en él más de sesenta años. Y tan feliz. En 2011, por ejemplo, fue Lucrecia, la que abrió las puertas a la República tras sufrir una violación por parte del tipo más poderoso de Roma. Mucho antes había prestado su alma y su cuerpo a una de las dos protagonistas de "La brisa de la vida", que era un drama muy "british" que interpretó junto a Amparo Rivelles, cuando la Rivelles empezaba a dejar de ser la Rivelles y el Palacio Valdés comenzaba a emerger como centro de producción en diferido. Participó también -nadie sabe por qué- en una cosa que se llamó "Hay que purgar a Totó", un montaje telarañoso que se convirtió en uno de los enigmas más intrincados de una carrera profesional que había comenzado en el inicio de los cincuenta y que ahora se ve encumbrada con el Princesa de Asturias.

La Espert siempre ha sido una aristócrata de la escena. Gracias a mujeres como ella, los que se dedican a hacer teatro no son sólo titiriteros izquierdosos con ganas de ir a la cárcel. Nuria Espert lleva años contribuyendo a conformar pensamientos difusos. Contemplarla sobre la escena es tocar el cielo con los dedos. La vi en tres ocasiones: gigantesca y neblinosa, singularidades que sólo son propias de las más grandes (con permiso de la Jurado). Ochenta años de vida, sesenta y seis se experiencia consecutiva, aplausos continuados y devociones inmensas. No vi su Celestina, la de Robert Lepage, y aún me flagelo. Me pasa igual, por ejemplo, con sus participaciones en "La casa de Bernarda Alba", de Mario Gas, o en "La muralla", de Joaquín Calvo-Sotelo (esta obra sale en los libros de texto, tampoco sé por qué). La Espert lleva en el teatro más tiempo que mi propia vida. El teatro, cuando sale la Espert, es arte enorme, con ella todo empieza a ser. El 18 de junio de 1980, por ejemplo, participó en la Casa de Cultura de Avilés en una mesa redonda. Dijo: "Estos diez años pasados fueron unos tiempos durísimos y apasionantes. Nos sentíamos con una enorme solidaridad. Se hacían espectáculos difíciles. Se habían encontrado caminos para gentes que, tan débiles como nosotros, pudieran imponerse a un sistema que era de hierro".

Hablaba de los setenta, pero bien hubiera podido referirse al siglo XXI.

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