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Diaconisas y obispas

Planea el Papa Francisco conceder a las mujeres la capacidad de celebrar bodas y bautizos, lo que no deja de prestarle cierto aire hostelero al asunto. Aunque de momento se trate tan sólo de una aspiración, el paso consistiría en permitir que las feligresas ejerzan de diaconisas: un rango próximo al de los sacerdotes. Queda excluida, eso sí, la posibilidad de que lleguen a ser curas -o curesas- por sutiles razones de teología que no están al alcance de los feligreses de tropa.

Los impíos que nunca faltan en estos casos se maliciarán que el Pontífice argentino quiere hacer de la necesidad virtud. La sequía de vocaciones ha despoblado los seminarios hasta el punto de que ya no haya clérigos suficientes para atender a todas las parroquias. Nada mejor, por tanto, que el recurso a la mano de obra femenina para paliar esa carencia de personal, como en su día ocurrió en la más terrenal economía de mercado.

Otra interpretación más piadosa -y acaso más exacta- consistiría en que el Papa, con fama de progresista, pretenda igualar o al menos aproximar los derechos de las mujeres a los de los hombres dentro de la institución que preside. La idea no puede ser más razonable, si bien conviene tener en cuenta que la lógica no constituye un valor especialmente apreciado en las confesiones que se rigen por la fe.

En realidad, lo propio de las instituciones tan venerablemente añejas como la Iglesia o la monarquía es mantener las tradiciones anacrónicas que las caracterizan, aunque ello suponga mantener la distancia con sus fieles. Infelizmente, el Vaticano no lo entendió así cuando quiso ponerse al día sustituyendo el Réquiem de Mozart por la misa campestre de Carlos Mejía Godoy, y los divinos acordes de Bach por las monjas guitarreras. Lejos de ganar nuevos devotos, puede que la Iglesia perdiese entonces a algunos de los de toda la vida.

Mucho más pragmática, la dinastía Windsor reinante en Inglaterra no ha dudado en subrayar los rasgos más anacrónicos de la monarquía. La reina acude vestida de armiños como una sota de espadas al acto de apertura del Parlamento en una carroza de cuento de hadas servida por lacayos. Contra lo que pudiera parecer, eso ha hecho popularísima a la institución en el Reino Unido, y es natural que así ocurra. A diferencia de otros colegas que tiran de campechanía para acercarse al pueblo, allí entienden que la única manera de sostener una forma de Estado irracional como la monárquica consiste precisamente en acentuar sus tradiciones y antiguallas.

El Papa podría haber tomado ejemplo de la reina inglesa, que a fin de cuentas es jefa de la Iglesia anglicana y, en cierto modo, colega; pero ya se ve que va más bien por el camino contrario. Quizá se trate de un error.

Si de rivalizar en modernidad se trata, el Papa Francisco lo tiene muy difícil con la competencia de los protestantes, que admiten el casamiento de sus clérigos sin mayores problemas e incluso la ordenación de sacerdotisas en algunos países. No digamos ya con la Iglesia anglicana, que desde hace un par de años cuenta ya con su primera obispa y además está gobernada por Isabel II, que es mujer aunque no papisa.

Frente a ese poderío feminista de sus competidores, Francisco no puede más que anunciar la posibilidad -cercana o tal vez remota- de incorporar diaconisas a su Iglesia. Y encima ha de aguantar que lo acusen de progresista.

stylename="070_TXT_opi-correo_01">anxelvence@gmail.com

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