Todo lo que somos se lo debemos a quienes nos precedieron. Hay profesiones que son oficios, que se aprenden al lado de grandes maestros. Depende de la suerte de caer en qué manos uno encuentra la buena senda o pierde sus pasos por el camino. Por mi parte, tuve enorme fortuna con mis enseñantes, varios de los cuales están o han estado hasta hace bien poco sujetando las paredes de este edificio de papel. Tuve varios directores, yo lo fui; vuelvo a serlo. De todos aprendí, tanto lo que se debe hacer como lo que no resulta lícito en una profesión que solamente acuña un mandato: la búsqueda imprescindible de la verdad. De mí mismo saqué enseñanzas y sé, ya perro viejo, que no volveré a cometer ciertos errores. Confío en mí y aún más en mi gente, veteranos y noveles. Y me iré preparando para cuando se acerque el día de la despedida, con un adagio que se oía en las caravanas que cruzaban el Sahara: "Bebe del pozo y deja tu puesto a otro". Pero para esa jornada aún queda mucha agua en el cubo sujeto a la garrucha.