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Los efectos secundarios de los remedios primarios

El periodista cultiva dos tertulias de café a la antigua usanza. La suma de edades de los habituales cubriría en una de ellas la distancia en el tiempo que nos separa de la toma de Constantinopla por los turcos. En la otra, de amigos de juventud, los días de pleno consiguen un montante de años que no estaría lejos de alcanzar el triunfo de Alfonso VIII en las Navas de Tolosa.

Subrayo de entrada tan venturosa característica para destacar el comprensible prestigio de que ha de gozar entre los habituales la medicina social, sobre todo por los veteranos que he relacionado con la victoria sobre los almohades. Por supuesto, casi todos tenemos algún recosido y hemos firmado ese eufemismo médico del "conocimiento informado" que se dice.

Por él, nos declaramos previamente "satisfechos" y otorgantes de autorización y conformidad escrita para que pase cuanto tenga que pasar como resultado de las actividades médico-quirúrgicas y concomitantes. Y que sea lo que Dios quiera, como se suele decir.

No se trata en modo alguno de criminalizar a los facultativos, pero reconozcamos que al salir del trance nos alegra mucho comprobar que quien nos contempla es un ser humano y no el apóstol San Pedro. Gracias, desde luego, a quienes para intervenirnos asumen unos indudables riesgos profesionales. Vaya para ellos mi reconocimiento personal, como he dejado constancia alguna vez en estas mismas columnas. Pero mi reflexión va por las cautelas sobre los eventuales efectos indeseables de ciertas medicaciones

Quién sabe si el azar o la curiosidad nos ha movido a los de las Navas (y contagiado después a los de Constantinopla) hacia una reflexión colectiva relacionada con el beatífico estrambote televisivo que, tras el anuncio de un específico, recomienda que uno lea las instrucciones de este medicamento y consulte al farmacéutico. Consejo que casi nadie cumple creo yo.

Alguien puso este asunto hace unos días sobre la mesa del café en el momento de extraer su pastilla vespertina y someter a debate el inquietante apartado de "Posibles efectos secundarios" de un antirreumático, o algo parecido, que advierte de los riesgos de su consumo inadecuado.

De mano, amenaza al paciente con posibles calambres para animar la cosa. Más adelante, tras dejar de lado algo de somnolencia, glositis, alucinaciones, urticaria y vértigos, el laboratorio calienta motores para advertir al paciente que puede estar amenazado de confusión mental, irritabilidad, fotofobia y caída del pelo (no es de extrañar). Pero, no se lo pierdan: no son descartables trombosis, ceguera, ansiedad, angustia y puede que desesperación, como en el tango. Tan dramático escrutinio nos ha llevado a aportar en sesiones sucesivas nuestros particulares recetarios con sus folletos correspondientes. Todo un museo de los horrores. Dejemos de lado los humildes analgésicos que sólo pueden dejar rastros de urticaria, dermatitis, un asomo de ictericia, un poco de anemia, hipotensión, rara vez úlcera gástrica. Nada serio.

Pero, como quien lanza un triunfo sobre el tapete verde, alguien echó en la mesa el folleto de un simple diurético que -no se lo pierdan- advierte del peligro de diabetes, hipovolemia, náuseas, parálisis, pesadillas, vértigos, taquicardias, ¡confusión mental! y? fallecimiento por algo así como "hiperpotasemia". Nos miramos en silencio, con notable palidez, y alguien solicitó entonces un doble de coñac mientras que otros nos decantamos por diversas infusiones. Se acercaba la hora de levantar la sesión, pero los de las Navas -¿o fueron los constantinopolitanos?- decidieron apelar al recio temple de nuestros antepasados los astures y entraron en la recta final con una rara muestra de reguladores hormonales que nos prometen dos páginas de efectos a cual más adverso: sofocos, delirios, amnesia, incontinencia, calvicie, agresividad, espasmos diversos, baile de San Vito y, cómo no, el socorrido riesgo de estirar la pata...

Eso sí, con una misericordiosa advertencia final: "No se alarme, ya que es posible que estas reacciones no aparezcan"? ¿No es maravilloso?

Alguien admitió entonces: "Chicos, creo que estamos yendo demasiado lejos". Y así se levantó la sesión, a la que habíamos ido como al desembarco en Normandía.

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