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Cavilaciones en torno al concepto del presente

Se trata de un tema al que no es fácil ni siquiera incoar: ¿qué es el presente?

El pasado queda archivado en toda clase de memorias. El futuro puede ser pensado con todos los contenidos imaginables, pero el presente se nos escurre porque no tiene duración, como si no existiera, ya que cada instante es distinto.

Si recurrimos a Ferrater Mora, tampoco nos da una definición, sino que remite a cinco conceptos diferentes: eternidad, instante, momento, presencia y tiempo, prueba de que se trata de un asunto nada simple.

Sigámosle a él. Ferrater Mora dice, de la eternidad, que se la entiende o como la atemporalidad o como un tiempo de duración indefinida. No nos sirve ninguno de estos conceptos, porque el presente corresponde al tiempo cuya nota característica es la duración mínima pensable. El instante tampoco, porque no agota el sentido de presente que alude a una extensión de tiempo, aunque, a primera vista, no lo parezca. El término "momento", es sinónimo de "instante".

Ferrater Mora destina dos páginas de su "Diccionario de Filosofía" a desarrollar el concepto de "presencia". En nuestra opinión, confunde en su texto el concepto de presencia con el de existencia, mientras que el concepto del tiempo abarca al de presente, pero no lo aclara. Entonces, abandonado a sus propias fuerzas, el aprendiz cree que el presente indica sólo la aparición de cosas en la mente de un ser pensante, sea hombre o animal.

En otras palabras, el presente carece de extensión, de modo que queda en mero concepto, como resultado de la necesidad de que algo tenga su lugar temporal, indispensable para que este algo exista, o del resultado de esa existencia. Puesto que el tiempo fluye, el presente no puede tener existencia, porque de inmediato se vuelve pasado. Se trata, entonces, de una palabra-puente.

El problema radica en que todo lo que tenemos lo tenemos heredado; no hay nada de que pudiéramos presumir como de algo propio, y la primera de estas herencias es el lenguaje, que se estuvo formando durante innumerables generaciones, tan pronto en función apelativa como en la comunicativa o cualquier otra. De modo que la lengua que usamos no es nuestra, sino heredada, formada por otros, en función de necesidades parecidas a las nuestras, pero jamás idénticas.

Hoy, la voz "presente", como calificación de algo, puede entenderse como sinónimo de "existente" o como locativo de este algo en el fluir temporal, o sea, como inexistente, ya que la aparición momentánea no garantiza una permanencia temporal. Un verdadero lío que se arma uno que no es ni filólogo ni psicólogo, sino un ser dominado por el deseo de no salirse del ámbito de la realidad.

Al dar un nombre a los objetos o a los estados anímicos mediante una voz, hacemos dos cosas casi contradictorias: situamos los objetos en la realidad mediante un nombre que le damos; sin embargo, dándole el nombre introducimos un símbolo, que, una vez en nuestro diccionario, se vuelve manejable y a despecho de que procede de un objeto, al que presta el nombre, puede preceder otros objetos, crearlos, y con ello todo un universo que llamamos literatura, cuyo papel consiste en testificar unas realidades sin presencia, pero como si la tuvieran. Ahí andan los Peer Gynt, los Hamlet o los Quijotes.

El "presente" se entiende muy bien como el opuesto al "ausente"; sin embargo, aquí no se trata del adjetivo sino del sustantivo. ¿Qué es el "presente"? Podemos aprovechar del Diccionario de sinónimos la voz "actual" como el sinónimo de una de las acepciones de la voz "presente", porque al otro significado del término "presente" correspondería la voz "actualidad".

Lingüísticamente, pues, no hay problema, pero sí existe si intentamos entender el presente como un concepto físico, como una propiedad del tiempo. Es en este sentido en que se nos escapa de las manos porque se trata en realidad de un concepto límite, ya que en cada instante el presente se vuelve pasado. Es y no es. Sirve perfectamente para la vida diaria y para el relato histórico o de ficción, en su papel de adjetivo, pero démonos por vencidos y aceptemos que el presente físico no existe más que como el umbral de acceso al pasado: a modo de trampolín que proyecta al pasado lo que se asoma desde el futuro. En el futuro nada existe, porque la voz "futuro" se refiere a lo que todavía no llegó a ser.

De modo que el presente es como una cortina que separa el futuro del pasado. El futuro sin contenido se realiza en el presente, en que cobra sustancia, y el presente lo proyecta al pasado, donde queda como documento o historia.

Llegamos, pues, a describir el presente, pero no a definirlo. Eso ocurre con una enorme cantidad de conceptos que usamos a diario sin pararnos en sus significados, cuyo análisis puede depararnos unas verdaderas sorpresas.

Tratemos estos escritos como unos pasatiempos, desde luego, muy agradables y presumiblemente útiles.

La capacidad lingüística es una de las más preciadas que tenemos. No se sabe cuál es el techo para la inteligencia humana y en qué punto de su historia está nuestro género desde la perspectiva de nacimientos y extinciones de linajes zoológicos. Acabamos de leer en LA NUEVA ESPAÑA del 20.04.16 una nota muy interesante, que dice: "El meteorito que, según la teoría de los científicos de origen asturiano Luis y Walter Álvarez, originó la extinción de los dinosaurios no fue más que la puntilla de un proceso biológico que ya apuntaba a la desaparición de los gigantes que un día, hace 65 millones de años, dominaban la tierra". Según estos investigadores, las causas de la extinción de los dinosaurios fueron dos: la incapacidad de evolucionar lo suficientemente rápido para adaptarse a los cambios climáticos y un insuficiente ritmo reproductivo para que los nacimientos al menos igualaran las muertes. Estas constataciones hacen expresar a estos sabios la pregunta de si el género humano no está también y por las mismas razones en vía de extinción. "No lo quiera Dios", diría un creyente y el autor de estas líneas piensa: "A mí que no me culpen, que tengo cuatro hijos, ocho nietos y una biznieta".

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