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La estética del dolor

La grandeza de un fotógrafo humilde que empatiza con los que más sufren

"Inferno". Aquella palabra impresa en bajorrelieve y rojo fuego resaltaba poderosamente sobre el nombre del autor que, con la misma tipografía, se reproducía en el mismo tono oscuro de las tapas del libro que tenía en mis manos: "James Nachtwey".

Sabía perfectamente que el viaje por las páginas de "Inferno", uno de los libros más emblemáticos del famoso fotoperiodista neoyorquino, no iba a ser un paseo entre las flores.

"A través de mí, el camino a la ciudad es doliente. A través de mí, es la manera de unirse a los perdidos".

Con este epígrafe de Dante, Nachtwey inicia el camino a lo más profundo de la desesperación humana y lo hace desde la perspectiva del hombre que sólo quiere ser testigo de la barbarie y trata de salir vivo del intento para hacer llegar esa realidad a una sociedad occidental a la que cada vez le cuesta menos dar la espalda a las víctimas de la guerra.

En ese empeño, el autor se atormenta con el sentimiento de verse como alguien que se aprovecha de las desgracias ajenas: "Si un día mi carrera es más importante que mi compasión, habré vendido mi alma". Sólo esta reflexión sirve para entender la dimensión humana de un fotógrafo humilde que empatiza con los que más sufren y lo refleja en todas y cada una de sus fotografías.

Inicio mi viaje por el "Inferno" de Nachtwey y en cada página que paso se me va encogiendo más el corazón. La muerte, el odio, el hambre, la enfermedad... Los cuatro jinetes del Apocalipsis cabalgan ante la cámara de un James Nachtwey que demuestra una inquietante facilidad para encontrar la belleza estética entre tanto dolor. Y sus fotos también duelen. Alcanzan el objetivo final del fotoperiodista comprometido, extraen el alma de los personajes consiguiendo que el espectador casi llegue a sentir el último aliento de aquel soldado que agoniza en Bosnia, el hedor de las fosas comunes de Ruanda o los disparos de un Kalashnikov en medio de un desierto afgano.

"Inferno" refleja y resume diez años de la vida de un fotógrafo consagrado a mostrar lo más terrible de la condición humana. 480 páginas de crudeza tratadas con la maestría de un referente en el fotoperiodismo mundial, el más aventajado heredero del oficio que consagró Robert Capa y que con James Nachtwey alcanzó la excelencia profesional, marcando el camino a centenares de fotógrafos de guerra que día a día se siguen jugando el pellejo en los frentes de conflicto contemporáneos.

Tras cerrar el libro siento una extraña mezcla de sensaciones que van desde la amargura hasta la admiración por una persona capaz de encontrar la belleza del lenguaje visual de la fotografía incluso en lo más profundo del infierno. Es James Nachtwey, el nuevo premio "Princesa de Asturias". Sólo hay que mirar. Lo demás ya lo hace él.

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