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El pene del señor Manning

Está uno harto de tanta desgracia, de tanto desastre natural y de tanta maldad y estupidez humanas, que a veces no quedan ganas de ver el telediario o el periódico por miedo a enfrentar de nuevo esas terribles imágenes de aviones egipcios que se estrellan llenos de turistas dentro, de refugiados que avanzan a duras penas por caminos de una Europa erizada de vallas y controles, o de la enésima bomba terrorista que estalla en un mercado afgano o iraquí matando a decenas de inocentes. Por no hablar de los terremotos de Ecuador o de la posibilidad de que el señor Trump gane esas elecciones que nos afectan a todos aunque no nos dejen votar en ellas. Aun así, confieso que quizás prefiero todo eso al aburrimiento que me invade escuchando a unos políticos que llevan ocho meses de campaña diciendo lo mismo y sin la imaginación, la cintura o el valor necesarios para darnos a los españoles lo que les estamos pidiendo: que se entiendan y que nos den un Gobierno que ponga en marcha las reformas que el país necesita sin poner en peligro los logros conseguidos con tanto esfuerzo durante cuarenta años. Confieso que lo único que me ha divertido de los últimos días ha sido la multitudinaria manifestación de catalanes y culés festejando haber ganado, con justicia, la Liga de fútbol. Sí señor, presumiendo en Canaletas de ser el mejor equipo de España. ¡Ya quisieran otros!

Por eso agradezco las escasas noticias buenas que me llegan, como la reciente de un trasplante de pene, uno de los primeros de la historia. Lo intentaron los chinos en 2006 y la cosa no fue bien, y luego, ya en 2014, los sudafricanos colocaron otro a un hombre que luego tuvo un hijo con su ayuda, y es que las ciencias adelantan que es una barbaridad, como se decía antiguamente cuando todavía no había esta modernidad de los penes intercambiables. La machada, y nunca mejor dicho, se ha hecho en el Massachusetts General Hospital de Boston, en una operación que duró quince horas (comenzó el 8 de mayo y terminó el día 9), y el receptor ha sido un señor de 64 años llamado Thomas Manning, a quien le habían extirpado el pene por un cáncer en una operación llamada penectomía que seguramente fue más corta, pues ya se sabe que es más fácil destruir que construir. El pene provenía de un donante fallecido (¡menos mal!) y sin duda generoso del que lo ignoro todo. El trasplante abre un camino que podrá beneficiar a otros hombres con problemas por enfermedad, accidente o heridas de guerra, aliviando así la suerte de muchos jóvenes entre los que se dan altas tasas de suicidio por las consecuencias psicológicas de la mutilación. Según el Pentágono, nada menos que 1.367 soldados estadounidenses sufrieron heridas donde usted imagina en Irak y Afganistán entre 2001 y 2013. No sé el precio de un recambio de pene, pero en todo caso ésta es una magnífica noticia para ellos.

El señor Manning debe de ser hombre de carácter, pues fue él quien animó a los médicos a considerar la posibilidad de hacerle un trasplante, algo que a ellos al parecer no se les había ocurrido, y es que la necesidad agudiza la imaginación. Manning ha comentado ahora que lo hizo porque no tener pene era una lata que le impedía tener relaciones normales y añadía que "no le puedes decir a una mujer: 'me han amputado el pene'". Y uno, que tiene la suerte de no haber pasado por tan amarga experiencia, tiende a coincidir con esta afirmación. Pero digo que debe de ser un tipo con agallas porque no ha querido ni esconder su nombre ni ocultarse él de los medios tras recibir su flamante pene nuevo, como queriendo animar a otros a seguir sus pasos y, en todo caso, a hablar con más naturalidad de estos temas íntimos, que es una cosa positiva porque todavía dan un poco de vergüenza. Y eso a pesar de que confiesa que todavía no se ha atrevido a mirársela de cerca. Si un pene ya de por sí es feo, supongo que uno injertado debe de ser horroroso. Pero es que no necesita mirarlo, le basta con saber que está ahí, en su sitio, donde sin duda había un vacío doloroso, y que además es capaz de cumplir con su trabajo. Si lo hace, la belleza es claramente secundaria.

No sé si el pene recibido será nuevo, procedente de un donante muy joven, o si estará muy baqueteado y con muchas historias sobre sus espaldas. Yo no le preguntaría demasiado porque creo que preferiría no saberlo, ya que será una tontería, pero a mí me parece que un pene es algo más íntimo, no sé, que una oreja, por ejemplo, que asoma bajo los cabellos, sale en la foto del DNI y la ve todo el mundo. El pene no, pues aunque tiene vida propia, y en esto se distingue también de la oreja, es mucho más discreto y si tiene cosas que contar pertenecen a una esfera muy personal. Tampoco sé si el señor Manning logrará dominarlo o si será él quién domine su cerebro, como suele ser lo habitual. En el fondo se lo deseo porque eso querrá decir que el trasplante ha sido un auténtico éxito. Por eso desde esta página me uno modestamente a la felicidad del señor Manning y le deseo muchas aventuras con su nuevo compañero de vida.

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