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Matías Vallés

A 75 años de Bob Dylan

En la ciencia tenemos a Einstein, pero el único equivalente próximo a Bob Dylan en las artes se llama Picasso. El primer pintor del siglo XX, y el último cantante de la centuria susodicha. Robert Zimmerman sigue vivo a los 75 años recién cumplidos porque envejeció antes que nadie, siendo un veinteañero. Enmarca la fase más acelerada de la historia de la humanidad, de Kennedy a Trump. Es decir, la revolución pop y su caricatura kitsch. De la esperanza en que el ser humano podía tocar la luna, a la desesperación de que no consigue alcanzar a sus semejantes. En dylaniano, "Desolation row".

No se juzgará a Bob Dylan por lo que ha hecho, sino por lo que ha hecho posible. Ha querido ser tahúr, gitano, pordiosero, bandido y bufón. Condensa estos papeles en "Like a rolling stone", la cumbre de las canciones del rock porque ha inspirado más literatura escoliasta y escolástica que el Apocalipsis de San Juan. El artista canta para no hablar, saltó del enfrentamiento al aislamiento en cuanto comprendió que solo cautivaba a seguidores críticos. Si alguien presume de dylaniano alabando al cantante, miente. Los adeptos mantienen medio siglo de discordia con su ídolo. Le levantan estatuas de oro para apedrearlas. Le recriminan la mitad de su repertorio. Le abuchean desde que descubrió la electricidad. Su vida solo tiene sentido contra Dylan. Le escuchan cada día sin faltar uno. Así lo hace por ejemplo el sensacional actor Bill Nighy, que adquirió celebridad en "Love actually".

Nadie ha inventado más fabulaciones sobre Dylan que Dylan. Su piel apergaminada es un palimpsesto que amontona versiones contradictorias sin desgastarse. Incluso tuvo una experiencia próxima a la muerte, el único punto en que le aventajaría el resucitado Paul McCartney. Las edades del artista estadounidense cronometran al planeta. Inapropiado y desajustado en "Just like a woman", autentifica al caballero oscuro. El mito genera un campo magnético que distorsiona la realidad, hasta el punto de que no permite imaginarla sin su concurso. Dylan es así, menos la grandilocuencia. Ni siquiera reclamaría el título de habernos enseñado el poder de las palabras sencillas.

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