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Liberales

La importancia de Asturias en la liquidación del poder absoluto de los reyes y las viejas jerarquías es sobradamente conocida. Se olvida a menudo, sin embargo, que la construcción de un sistema de derechos fue posible porque hubo un tiempo en que muchos hombres no se limitaron a sus asuntos, litigios, amores, recreos y lucros, sino que se sintieron unidos entre sí y respiraron un aire común. Fueron personas generosas que, en el tránsito del antiguo al nuevo régimen, cuando el futuro se presentaba como un descampado, contribuyeron a transformar un Estado postrero con el poder electrizante de la libertad y la igualdad. El bazar de la Historia, lleno de patrañas antiliberales y necias calumnias, apenas les dejó un rincón. Por eso, no estará de más recordar a quienes exploraron por primera vez la senda constitucional. Porque, como dijo Leopardi respecto a su patria oprimida, las mentes no romperán "los lazos del antiguo sopor / si esta tierra fatídica no vuelve / a los ejemplos de la edad primera".

Comencemos el recuerdo por Francisco Fernández Baqueros, paradigma de un liberalismo universalista, muy común en la Europa de entonces. Nacido en Pola de Lena en 1788, luchó contra Napoleón. Tras la derrota del tirano del mundo, se pronunció (1815) con Porlier a favor de la Constitución de 1812. La aventura le costó la cárcel, en la que permaneció hasta que, en 1820, Riego le devolvió la libertad. Al año siguiente, campeaba por Lena en persecución del realista Pedro de Llera. Cuando en 1823, de la mano de los ejércitos de la santa alianza contra los pueblos, regresó el absolutismo fernandino, se refugió en Portugal donde se unió a la lucha contra la reacción, por entonces pujante también en aquel país. Una vez derrotada ésta, se trasladó a Londres, pero reiniciado el conflicto, retornó a Portugal. Poco antes de concluida la contienda en la nación vecina, y muerto Fernando en 1833, regresó a Asturias para combatir de nuevo a los que llevaban la cruz en los pechos y el diablo en los hechos.

Si interesante y generosa fue la vida de Baqueros, no menos lo sería la de Benito Cañedo Cienfuegos (Candamín, 1795). En 1819 estaba en Galicia donde formaba parte del círculo liberal que se reunía en torno al cirujano militar Antonio Pacheco, cuñado de Evaristo San Miguel. Así que no es extraño que, al incorporarse La Coruña al pronunciamiento a favor de la Constitución de 1812, estuviese entre los sublevados. Abolida de nuevo por Fernando VII con aquel decreto tragicómico que negaba la existencia de lo que dejaba de existir y de nuevo inhabitable España, huyó a Portugal (1824) donde, en 1827, sería encarcelado por colaborar en la evasión de refugiados. Allí, y por parecidos motivos, se encontraba José de Espronceda. Según la policía, "vista a necesidade de os fazer sahir d'estos Reinos", ambos fueron expulsados a Gibraltar, y desde allí se dirigieron a Londres, donde los alcanzó la amnistía de 1829. Entonces, fiel a sus ideas, Cañedo volvió a Galicia para actuar como agente de Torrijos, uno de los bravos revolucionarios que, fusilado en Málaga (1831), daría, como cantó Espronceda, su alma al cielo y a España nombradía.

Por cauces más tranquilos transcurrió la vida de Fausto Agosti y Pelleari (1776-1848). Oriundo del Piamonte, había llegado a Oviedo tras huir de su patria por causas políticas. Aquí abrió una botica en la calle de la Magdalena y pronto se hizo muy popular, tanto por sus potingues como por sus chisporroteos satíricos y mordaces cuando hablaba de política. Durante el trienio liberal perteneció a la Tertulia patriótica y redactó "El Crisol", un periódico que se leía en las sesiones de dicha tertulia. Su opinión respecto a que "las voses de los pueblos son grandes voses y las orecas de los reyes son grandes orecas" (sic) arraigó con firmeza en el anecdotario ovetense.

Si en Agosti el sentimiento republicano se presentaba enclenque y esfumado, no ocurriría lo mismo en los escritos de Ramón María López Acevedo (Tapia, 1785). Profesor de latinidad, violinista y periodista, en Oviedo dirigió "El Correo Militar y Político del Principado" (1808). Ya en el Trienio liberal, escribió en "El Ciudadano", "El Aristarco" y "El Momo", que él mismo fundó, y en Madrid lo hizo en "El Espectador", de Evaristo San Miguel. Con la reacción, tuvo que emigrar a Gran Bretaña. En su refugio londinense, editó "El Español Constitucional", uno de los periódicos más radicales y estrepitosos del exilio. Oculto tras el seudónimo de Miso Basileo (el odiador de los reyes), defendió la república democrática como el único sistema capaz de hacer de España "una Nación grande y feliz". Para lograr su establecimiento, consideró indispensable aniquilar "la familia reynante y esterminar el clero". Falleció en 1826 cuando trabajaba en una obra titulada "Proyecto de una lengua universal".

Pero la lucha por la libertad y el progreso no se desarrollaba sólo con la espada o con las lenguas que aventaban sus ideas más o menos radicales en los clubes, cafés, reboticas, periódicos y corrillos de Cimadevilla. Fue el arma de la educación la que empleó Gervasio González Villamil. Este calígrafo y maestro veiguense, era de los convencidos de que sólo en la escuela podría nacer la fuerza capaz de sacar a los pueblos de sus tumbas al inculcar en las jóvenes mentes derechos que aún estaban en borrador. En Madrid conoció el método lancasteriano de aprendizaje de la lectura, un sistema colaborativo en el que los alumnos más aventajados ayudaban a los más lentos. Trasladado a Oviedo, trató de implantarlo, pero la reacción de 1823 se lo impidió. Sólo cuando hubo muerto el rey pudo poner en práctica algunas novedades pedagógicas. Las más notables fueron, quizás, la prohibición en las escuelas de la ciudad de los castigos corporales, y la sustitución del deletreo por el método silábico, además del citado sistema colaborativo. Años después, dirigió en la Vega de Ribadeo un Seminario de Agricultura desde donde combatió costumbres y tópicos mostrencos. Es decir, trató de mejorar la competencia del magisterio como vía para construir una nación de hombres libres.

Aunque los olvidados por la Historia, me temo que no por casualidad, son un par largo de cientos, el espacio ya no da para más. Todos ellos aspiraban a organizar un Estado basado en la soberanía popular. Fue un hermoso sueño que nunca se completó, aunque, para nosotros, la ejemplaridad de sus actos cuente más que el triunfo. Como observó Álvaro de Albornoz, lo que hay de permanente en el Estado español no es la soberanía popular, sino la dictadura militar o civil, es decir el poder personal: arriba, despotismo irresponsable; abajo, una ciudadanía empedernida a la que todo le resbala. ¿Será la actual generación, con la acción, la palabra y la educación, la que acabe con esta anomalía mirando los ejemplos de generosidad y furia de la edad primera? Yo creo que sí. Los tiempos están cambiando.

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