La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Peligro de vida

El sadismo es muy anterior al llamado Divino Marqués, y tan vieja como la humanidad es la pederastia; y el nazismo asomó ya las narices en la antigua Esparta y no fue algo original salido de la cabeza del dólico o braqui o mesocéfalo delirante que quería ser el Rienzi de esa ópera de Wagner y se convirtió en un genocida de Europa.

Gozar con el dolor ajeno, disfrutar infligiendo daño hasta causar la muerte es una perversión muy generalizada que la hipocresía del sistema castiga cuando se realiza privadamente pues, si se comete en público, llega a considerarse un espectáculo de interés general, perteneciente a la cultura, a la santa tradición y a la esencia de la historia común del pueblo. Así es que el sadismo comunitario no es condenable y punible, sino todo lo contrario: plausible y admirado, como lo demuestran la tauromaquia o corridas de toros, que son para muchos, demasiados, una más de las Bellas Artes, el arte de matar a un mamífero con un estoque de acero. Los defensores de esa tortura que ellos llaman "fiesta" -y que los españoles llevaron a Hispanoamérica y que también se celebra en Portugal y en Francia y en todos los lugares de Iberia donde plantaron sus tiendas los musulmanes que, según el romancero viejo, eran muy diestros jugando con las lanzas, como hoy los tordesillanos- afirman, para argüir su supervivencia, muchas cosas como que, si se suprimiera tal mortuorio festejo, el toro bravo desaparecería, porque ese animal nace y es criado por los ganaderos para obligarlo a entrar en esa cruel, y fatal para él, liza que no busca ni provoca sino que la inicia su litigante, el torero. Pero tal aseveración tiene su crematística razón de muchísimo peso, que radica en que lo que da dinero y hace que la gente pague es verlo morir, no corretear por los campos como un cerdo de pata negra; y que lo maten en la plaza, no en el matadero, porque por su carne en las carnicerías se obtendrían muchos menos cumquibus. Es algo, en cierto modo, parecido a lo de los virus en cuanto a que, según murmuraciones, hay dueños de empresas farmacéuticas a quienes les aterra que se lleguen a erradicar los que más ganancias les producen, como los de las epidemias de gripes anuales.

Pero lo cierto es que hay mucha gente sadicopasiva que, en el caso de que en su ciudad o villa o pueblo no haya coso, sacia sus perversiones presenciando combates de boxeo, peleas de perros o de gallos o tirando al pichón o al gorrión o golpeando a su mujer y a sus hijas e hijos silenciosamente, para que ningún vecino meticón vaya a hacerse el caballero andante y lo denuncie a la policía.

Y hablando de policía, espero que ninguno de aquí sea tan imaginativo y, si ve una camiseta veraniega donde rece "P de M", se le ocurra detener a quien la lleve puesta, acusándolo de insultarlo a él y al cuerpo al que pertenece, llamándolos Policía o Pasma de Mierda, sin querer escuchar a la persona detenida, diciéndole que ya le explicará al juez que la compró en Palma de Mallorca, aunque tampoco, en verdad, sería un fenómeno reseñable en primera página de los diarios, pues supondría que se cumple eso tan terrible de que no todo lo que desaparece está muerto.

Aquí acontecen esas cosas como la del bolso con la leyenda de "Todos los gatos son bonitos", su portadora y la pareja de policías, propias de la España franquista, católicoimperial, que quedó afortunadamente en agua de borrajas, sucesos propios de cuando había censura de libros, de películas, de centímetros de falda e imposición de entrar en la iglesia a las mujeres con la cabeza velada y los brazos tapados y no en piernas, sino con medias las adultas y con calcetines las niñas; un tiempo en el que en la playa ellas debían llevar traje de baño con faldeta y los hombres un meyba ancho y hasta la rodilla, porque no cumplir esas normas suponía una multa inmediata, como les pasó un verano de los años sesenta al "Dúo Dinámico", que fueron a bañarse en la zona del río Piles de San Lorenzo de Gijón con un bañador muy marcante de las partes pudendas y muy escasito de tela; y también una mujer fue sancionada por los guardianes de la moral por entrar en el agua con una falda hasta los pies, pero con los senos al aire y, encima, como dijeron los hipócritas puritanos, dando saltitos.

Estamos en peligro de horrible vida con tantas mentiras, hambre, dolor, injusticias, desbarajustes, cadenas, bozales, cárceles, castigos a titiriteros, corte de lenguas, silencio; y da susto comprobar que son verdaderas las palabras de Marco Aurelio acerca de que "cualquier cosa que suceda es ya conocida y clara como las flores en primavera y las frutas en verano; y así son también las enfermedades, la muerte, las traiciones y cuanto alegra o apena a los estólidos."

La gente se queja de su mal vivir, de su malestar, de que el reloj que marca su tiempo vital está parado o retrasa, mientras se cumplen los versos sobrecogedoramente bellos de Luis Rosales: "Porque todo es igual y tú lo sabes, has llegado a tu casa y has cerrado la puerta con aquel mismo gesto con que se tira un día, con que se quita la hoja atrasada al calendario, cuando todo es igual y tú lo sabes?"

Y sí, todo sigue igual como lo demuestra el hecho de que todavía haya muchos muertos, asesinados durante el franquismo, que siguen en las fosas, mientras sus familiares siguen clamando para que se exhumen sus restos, aunque sea tan solo un dedo meñique; pero todo sigue igual y sus deudos persisten en sus exigencias, poniendo el grito en el cielo sin que allí, como aquí en la tierra, alguien los escuche.

Compartir el artículo

stats