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Volver a la aldea sin retroceder

Iniciativas que combinan la querencia de lo propio con el deseo por buscarle acomodo en el futuro

El pasado 21 de mayo se celebró en la aldea de O Couto, del concejo coruñés de Ponteceso, y organizado por la Fundación Eduardo Pondal, el III Encuentro de Aldeas Singulares. De entre las iniciativas que se presentaron destaco la de Elena Ferro, una joven que hace zuecos en la aldea de Merza. Su planteamiento sintetiza, como metáfora, la idea del regreso a la aldea sin retroceder: reinventar lo que siempre produjo la aldea -sean zuecos, chorizos, patatas o paisaje- buscando una nueva funcionalidad y nuevos mercados en la sociedad posindustrial.

La aldea histórica fue el primer ensayo urbano de la humanidad. En ella se alumbraron los principios germinales que luego, aumentados y reinterpretados, usarían las villas y las ciudades. La ciudad actual es la aldea que se hizo obesa o culturista. Casi todo lo que tiene una ciudad moderna lo tenía, a su modo y a su escala, la aldea. Los tres elementos fundacionales de la aldea histórica -sistema productivo, organización comunitaria regulada por una ordenanza y mercado de referencia- siguen siendo las claves esenciales para que las aldeas resurjan de su pasado sin tener que volver a él.

El sistema productivo aldeano estaba en manos de las casas, esas unidades complejas de trabajo y producción que combinaban su naturaleza de familia troncal campesina con una organización empresarial, en la que el padre era el director general, la abuela la responsable de educación para la ciudadanía aldeana y los hijos y la esposa la clase trabajadora. La ordenanza de la aldea regulaba el acceso a los usos de los recursos naturales comunales y la organización de los trabajos colectivos. Y el mercado, por lo general de proximidad y situado en la villa o en la ciudad de la que la aldea era un satélite, era el espacio de intercambio y venta de excedentes.

Elena Ferro, que procede de una familia de "zoqueiros", se crió en el oficio entre el taller y las ferias. A partir de los años sesenta los zuecos entraron en declive como calzado de los campesinos. Lejos de darlos por muertos se empeñó en darles una nueva vida, buscando un nuevo mercado. Algunos cambios estructurales y tecnológicos -los zuecos tradicionales de la aldea pisaban sobre blando: prado, barro, huerta; pero los nuevos para la ciudad pisan sobre duro: adoquines, losetas y asfalto- la llevaron a introducir maderas más blandas, mejorar la confortabilidad y, sobre todo, a diseñar e imaginar sueños para los pies. Y ahí es donde el mundo de Elena se dispara y produce la síntesis que la lleva a desembarcar en el siglo XXI con un calzado milenario de madera que había nacido en la aldea pero, como tantos gallegos, emigraba a la ciudad. Su taller produce ahora unos 4.000 pares de zuecos al año.

En Asturias también florecen, de la mano de jóvenes agropolitanos, numerosas "iniciativas de transición". Los hermanos Niembro en Asiegu, los jóvenes ferreiros de los Oscos, el amplísimo y diverso movimiento neorrural de la Comarca de la Sidra, etc., son los pioneros del nuevo modelo de ruralidad que se construye como un proceso incipiente de prueba y error.

Sin duda, la transición de la aldea histórica a la posindustrial, que supone desentrañar y volver a conectar claves de naturaleza territorial, social, cultural y política, será más compleja que las propuestas de estos jóvenes que reinventan producciones aldeanas. Pero sus iniciativas sirven de referente pues surgen de procesos que combinan la querencia por lo propio con el deseo por buscarle acomodo en el futuro.

Ese es el espíritu inicial que debería mover a los gobiernos para desencadenar un proceso de re-vuelta aldeana: cariño por la aldea y actitud positiva para apostar por su rehabilitación son imprescindibles para lanzarse a esta aventura. Por lo demás, la aldea del futuro necesitará activar los mismos tres elementos esenciales que la del pasado: producción, organización y mercado, aunque previamente tendremos que actualizarlos y contextualizarlos. Como los zuecos de Elena o las navajas de Taramundi.

La empresa campesina de familia troncal ha sido sustituida por nuevos tipos de familias, por tanto no será ya la encargada de la producción aldeana. Deberá ser sustituida por un sistema local de empresas, o una cooperativa de base territorial y agroecológica, que fuera capaz, como hicieron juntas el conjunto de casas familiares en la aldea del pasado, de movilizar todos los recursos locales. La organización y uso de los bienes comunales requerirá una actualización de las ordenanzas locales. Y, por último, en el mercado no entrarán solo los productos mercadeables -alimentación, energías renovables, turismo rural?-, sino la contratación pública para la tutela del paisaje, el mantenimiento de la biodiversidad, la conservación del patrimonio o la salvaguarda por funciones medioambientales de interés social: suministro de agua, eliminación de CO2, mantenimiento de senderos?

La aldea del pasado gestionó el territorio vinculado a lo que hoy denominamos erróneamente "espacios naturales". La aldea del futuro podría hacerlo de nuevo. A mí no me cabe ninguna duda. Y, sin embargo, ¿por qué estamos dejando que se mueran?, ¿por qué no alcanzamos a entender la potencialidad de las aldeas, y sus culturas campesinas asociadas, como gestoras del territorio y productoras de empleo y desarrollo agroecológico? ¿Por qué no hacemos un ensayo diseñando un prototipo de aldea del siglo XXI? ¿Por qué hablamos tanto de "ciudad inteligente" y nada de "aldea inteligente"? ¿Por qué las damos por muertas si solo están malheridas? ¿Por qué en plena exaltación de la sociedad del conocimiento despreciamos el conocimiento aldeano?

La razón, en mi opinión, es que la visión paternalista, derrotista o nostálgica nos impide mirar a la aldea como la futura gestora de unos territorios ahora abandonados. Creo que en el fondo no la conocemos y por ello no reconocemos su potencial. Me temo que ahí radica el problema pues lo que no se conoce, no se quiere. No es tanto la duda sobre la viabilidad futura de la aldea la que inhibe la iniciativa a su favor; es la falta de afecto y el desapego de nuestra sociedad urbana sobre ese extraordinario invento de la humanidad. Es nuestra incapacidad para pensar de otra manera y la desafección por lo propio, o peor aún el prejuicio, lo que inhibe el despliegue de la actitud imprescindible para abordar la rehabilitación de la aldea. Es nuestro omnipresente pensamiento urbano, vertical, industrial, burocrático y único lo que nos impide atrevernos a emprender el camino de regreso a la aldea, ahora oculto por la maraña burocrática, la apatía académica, la desafección ciudadana y el minifundismo político. Elena Ferro me pegó en la cabeza el otro día en Galicia con un zueco y ahora lo veo claro. Deberíamos empezar por hacer en las aldeas algo parecido a lo que ella hizo: ponerle I+D, imaginación y desparpajo, y empezar a caminar.

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