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José María de Loma

El Bosco y una cerveza

El Bosco está de moda. Tranquilos, que esto no es una crítica de arte.

Tan es así, que no sabemos si utilizar la palabra exposición o aniversario o muestra. El Bosco. El jardín de las delicias. Antes de esta explosión bosquiana que se asoma a los periódicos e informativos, unas semanas antes, cuando abril se estaba muriendo, me puse en buena compañía delante de ese cuadro. Por azar. Paseábamos cerca del Prado buscando una cervecería y vimos una cola. A veces nos pasa como a los rusos cuando la URSS, que veían una cola y se ponían. Nunca sabían si les iban a dar algo o si al día siguiente volverían a vender lentejas.

Y el caso es que la cola iba rápido. Estaba compuesta por estudiantes americanos, parejas nórdicas y solitarios maduros que tal vez estaban de paso en Madrid por un lance comercial y aliviaban el tiempo visitando la pinacoteca. Y entramos. Es lo que tiene estar en la cola de un museo, corres el riesgo de que la cola avance y acabes entrando.

Dentro del Prado no hay cerveza. Hay un bar pero me daba fatiguita preguntar, así que lo mejor fue ponerse a ver cuadros. El peligro es que te aumenten la sed. Por eso no entiendo por qué no hay más cervecerías cerca del museo. La gente sale sedienta de allí y se topa con un jardín botánico o con una iglesia o con la Academia de la Lengua. Yo no tenía dudas gramaticales y sí ganas de mojar el gaznate.

Pero esto tampoco es una columna para loar la cerveza, por mucho que haya un premio de artículos convocado por los cerveceros que bien nos podrían otorgar.

El jardín de las delicias. Allí estaba. Había que elegir qué ver, tampoco va a estar uno todo el día en esa inmensidad de museo, así que yo propuse un garbeo por Goya y Velázquez, soy un clasicón sin remedio. Pero ella me propuso Madrazo (qué grande La muerte de Viriato) y, qué gran tino, El Bosco y su Jardín de las delicias. Seres de aspecto horrible, gente sodomizada o torturada, extrañas figuras, animales demoniacos, bestias pardas o claras, tormentos, cielo, tierra, criaturas aborrecibles o no tanto, pájaros gigantes, cornudos, lobos, faunos, qué sé yo. Una pesadilla deliciosa o una delicia de pesadilla. Tal vez El Bosco además de ser un grandioso artista estaba majara, lo cual no es un juicio muy atinado por mi parte pero sí es una opinión sugerida menos descarnadamente por los críticos sesudos.

Ahora que lo pienso no sé por qué no existe la palabra sexudo. Tampoco sé qué designaría si existiera. A lo designado como tal, El Bosco lo metería en un cuadro. A la cerveza, no sé.

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