La precampaña provoca que se nos acumulen las sorpresas. Por ejemplo, Mariano Rajoy ha manifestado (incluimos nuestra interpretación), que se siente como un guepardo encerrado en una jaula, pero al que le falta todavía media carrera, y al que el cuerpo le pide dar grandes zancadas, ya que no es ese zángano que dice la gente, sino una fiera que ansía ejecutar más y más reformas para que esta santa España (este año Rajoy apareció inesperadamente por el Corpus de Toledo), se consolide como poderosa nación entre las del continente. Hubo un profeta bíblico, Habacuc, que describió la grandeza de cierto ejército porque "veloces como guepardos eran sus caballos, y más fieros que lobos nocturnos". Pese a que de lobos entendemos mucho en Asturias, reconocemos que nos cuesta trabajo imaginar a Rajoy como un lobo solitario y nocturno. Más bien ha sido un elemento gregario de un gran partido entregado en manada a la pureza y a la rectitud de la actuación pública. Pero volvamos a las referidas declaraciones que tratamos de interpretar, a saber, que el candidato del PP se presenta a sí mismo, no como un rocín trotón, sino como un elástico felino que quiere rematar sus planes durante otros cuatro años. Esto nos recordó que un socialista sensato nos dijo hace un tiempo que sin duda votará a su partido, pero a la vista de todo lo que queda pendiente en recortes preferiría que esa carnicería corriera a cargo de ese lobo del PP ansioso de rematar reformas. La verdad es que este tiempo sin gobierno ha conducido a los españoles básicos a una sensación placentera, pero ha sido en medio de tal molicie cuando han saltado dos alarmas habituales: la deuda pública de España ha superado el 100 por ciento del PIB y las pensiones se desfondarán antes de lo previsto. Corregir ambas desviaciones traerá sudor y lágrimas, pero he aquí quien dice tener los deberes a medias y estar deseoso de hacerlo. Y sonríe, pese a que Podemos es el que dice ser "la sonrisa de un país".